viernes, 19 de febrero de 2010

Capítulo VI


CAPÍTULO VI

Se levantó con un dolor en la espalda tremendo. Se había despertado unas cuantas veces por la noche, pero cuando se dormía otra vez llegaba a su mente ese sueño que no lo dejaba.
Se enderezó y miró su reloj – que marcaba las siete en punto – antes de encontrarse con el panorama que había dejado al dormir.
El loft estaba patas arriba. Las sábanas que habían utilizado para “vestir” a la cama estaban esparcidas por el suelo. Los platos estaban sucios en la mesa donde la noche anterior habían comido. Distinguió que Tomás se hallaba dormitando pacíficamente agarrando a su hermana por la cintura; los dos arropaditos.
Dirigiendo más su vista hacia la derecha, encontró que Estela seguía dormida en el sofá. Su postura hacía reír a Leonardo; sus dos piernas estaban apoyadas en el final del respaldo del sofá, una mano caía hacia el suelo y su rostro estaba tapado por el cabello.
Fue hacia la cocina de puntillas y como el día anterior, se preparó leche caliente.
Ni se sentó, ni apoyó la taza en la mesa, ni nada. Se llevó el recipiente a los labios y de allí pudo saborear el cálido sabor de la leche.
“Qué buena” dijo para sí.
Caminó hacia el armario y pudo coger unos pantalones vaqueros y una camisa blanca de rayas negras. Entró en el lavabo donde afortunadamente se encontraban sus zapatillas de deporte.
Se vistió y dejando todo como estaba, sin querer despertar a nadie para dejarlos descansar de un día bastante extraño, se marchó de nuevo; el sueño que tuvo lo dejó obsesionado otra vez. ¿Quién era ella? Necesitaba encontrarla, necesitaba oler su esencia de nuevo, la necesitaba…

- ¿Sí? – preguntó Matilde sin quitar la mirada de la nueva revista que estaba leyendo.
- Dos cosas. Primero, las llaves, tenga.- Y las colocó en el escritorio puesto que la mujer hacía caso omiso de él. – Lo segundo, ¿ha visto usted alguna vez a una muchacha de pelo negro, ojos dorados y que antes de ayer llevaba un vestido blanco? – finalizó el muchacho la frase con una exhalación debido al maratón que corrieron sus palabras.
- No sé de qué me habla. Y otra cosa; no soy una mujer muy agradable y sé que a su edad todo es muy bonito y todos son amigos de todos, pues mi pensar no es así. – Concluyó Matilde.
Y sin haber escuchado lo que la recepcionista le dijo de mala gana, continuó:
- La vi en la playa, olía a violetas…
La recepcionista dejó de leer y miró a Leonardo.
- ¿Qué olía a qué? – ahora, ella le miraba concernida.
- A violetas, olía a violetas – dijo el interpelado.
- ¿Y qué hacías tú en la playa a esas horas? – habló enfurecida.
- Tenía ganas de…
- ¡De matarse! ¡¿NO SABE QUE LO QUE HA VISTO ES UN FANTASMA?! – y luego añadió con menos euforia. - Ya veo lo que se ha informado sobre este lugar.
- ¿Un…fantasma? – Leonardo, un hombre de ciencias que nunca había recapacitado ni en la mínima posibilidad de que Dios existiera no daba precio a lo que sus oídos escuchaban. – ¡Los fantasmas no existen! ¡Nada sobrenatural existe! – y luego añadió en voz queda. – Creo que para la edad que usted aparenta no es sensato creer en esas absurdas consideraciones.
La mujer lo miró con ira, pero entendiendo a lo que el pequeño sermón refería tenía razón.
- Yo sólo te informo de lo que cotillean en el pueblo. –Zanjó con tono distante y luego añadió con una sonrisa irónica. – Al menos has salido con vida de la primera vez, algo le habrás causado al fantasma…
Leonardo se despidió silenciosamente de la mujer aunque ésta hubiera apartado la mirada rápidamente de él.
Le pareció algo extraño puesto que Sofía también había hablado de algo como la mirada mágica, pero eso era absurdo.
Se dirigió hacia la pequeña puerta y la abrió. Saboreó una dulce brisa que había dejado la lluvia del día anterior y aún fastidiado por no saber quién era esa misteriosa muchacha a la que Matilde la llamaba “fantasma” anduvo hasta llegar a la acera.
Erró por el paseo marítimo escuchando el suave silbido del mar, como una preciosa nana que le cantaba su padre a la hora de dormir. El desdichado miraba la preciosa orilla recordando a la hermosa mujer que le besó tierna y dulcemente, y para seguir contemplando el paisaje descubrió que había un bar agazapado en la arena de la playa. Decidió ir allí; se quitó los zapatos y corrió por la fría arena hasta llegar a la pequeña estancia de madera.
Por detrás parecía que estaba cubierto por paredes, pero cuando fue hacia la entrada, en vez de encontrarse una puerta se topó con que era una estancia abierta. En la barra se encontraban dos hombres de apariencia vagabunda bebiendo lo que parecía ser alcohol y conversaban entretenidamente con el camarero, un hombre con un atuendo bastante informal y que parecía rondar los cuarenta.
Leonardo se acomodó en un asiento y apoyó los codos en la barra.
- Una limonada, por favor. – Produjo en voz queda.
El camarero que se había situado en frente de él abrió una nevera que no podía ver Leonardo y extrajo una limonada, la abrió con un mechero y la eclosionó con dos cubitos de hielo en un vaso.
- Ahí tienes. – Apartó la vista un instante de Leonardo pero al pasar una milésima de segundo lo miró de nuevo extrañado. – Tú, no eres de aquí, ¿verdad?
Leonardo arqueó una ceja.
- No, no soy de aquí. Vengo de paso. – Le dio un pequeño buche a la limonada y prosiguió - ¿por?
- Verás chico – hizo un ademan para que se acercara y miró hacia los lados. – Aquí, en Costa Romana hay una leyenda que cruza los oídos del vecindario. – Susurró.
Leonardo se sobresaltó.
- Tranquilo, verás ¿ves a esos dos que están ahí bebiendo? – el joven asintió – pues uno de ellos te puede contar en primera persona lo que le pasó en este pueblo. – Alzó una mano en señal de llamada y captó la atención de los dos hombres. - Sebas, Ronaldo, venid.
- ¿Qué quieres? – preguntó uno de ellos, vestía una chistera y una chaqueta desgastada lo protegía de la brisa, sus pantalones oscuros y pútridos se movieron a causa del impulso al levantarse y sus ásperas manos se agarraron a la barra. Parecía estar borracho.
- Sebas, este chaval no sabe en el lugar en el que se ha metido, cuéntale qué te pasó anda. – Dijo el camarero señalando con la cabeza al joven.
El aludido se sentó al lado de Leonardo y posó su mirada en él.
- ¡Eh! ¡Sebas, no se lo cuentes! ¡Que seguro que el niñato tendrá que vivirlo! – intervino una voz carrasposa que provenía del otro hombre, un viejo con una barba de meses y expresión ceñuda.
- Cállate Ronaldo, tú qué sabrás de la vida maldito imbécil – espetó en dirección al viejo, y luego prosiguió, ahora hacia Leonardo. – En mis tiempos mozos, estamos hablando de…mmm… ¡Dios sabe cuánto! Estaba en una pequeña tripulación que desembarcaba en esta costa. Parecía que algunos tenían familia aquí y yo tuve que quedarme en La sonorísima por la noche. Me tocó una habitación con una pequeña ventana, pero lo suficientemente grande para que pudiese ver a ese ángel en forma de humana. Era tan hermosa… - se quedó un poco en las nubes pero luego se dio cuenta de que tenía que proseguir. – Y nos miramos, su mirada era triste; sí, lo recuerdo. Salí de la habitación y corrí hacia ella. Nos besamos y… ¡Mierda! No me acuerdo. Bueno, el caso es que me dijo que ella moriría pronto y sus ojos parecían ser muy sinceros… Ella me cautivó totalmente, tanto para que todo mi mundo girara en torno a ella en sólo un par de horas; y me di cuenta de que no podía vivir sin ella y que si se iba yo no sabría qué hacer, entonces le dije que si ella moría, yo también. Y los dos nos sumergimos en el agua. Una vez dentro y con los ojos bien cerrados, yo esperé a la muerte agarrado de la mano de ella, pero no llegaba, no llegaba…Decidí abrir los ojos y no encontré el cuerpo de mi amante por ningún sitio, emergí y pude respirar la vida de nuevo. Esa arpía por poco no me mató. – Finalizó el hombre con un suspiro.
Leonardo no se lo podía creer, lo había engañado…Una mujer lo había engañado…Pero, ¿cómo podía ser eso si el vagabundo presentaba una edad aproximada a los sesenta y ella era tan joven?
- Mientes, yo mismo la vi el otro día. Era joven y hermosa y si es como tú dices, supuestamente sería vieja y arrugada. – Replicó.
Ronaldo rió por lo bajo y el camarero le dijo:
- ¿No sabes que es un fantasma? – Pero luego consideró mejor la réplica de Leonardo - ¿La has visto? ¿Y no has muerto?
- La he visto y no he muerto, pero no es un fantasma. ¡NO EXISTEN!
Sebas puso su gran manaza en el hombro de Leonardo.
- Verás, cuentan que hay una leyenda de ese fantasma. Una historia que ocurrió en el mil novecientos cuarenta y cuatro. En Sevilla hubo una vez una moza que se llamaba…Rosalinda. Sí, eso es. Rosalinda. Era una muchacha a la que su padre no la dejaba salir. La tenía como mueble de salón en su gran alojamiento. La chiquilla era hermosamente hermosa pero la soledad era su reina y ella, en su habitación la obedecía, siempre. Tenía una cajita de música como guía, como su amiga más leal. Las dos, todas las tardes cantaban con sus voces melodiosas mirando a la ventana. “La jaula atrapa mi cuerpo…” cantaba la ilusa.
Pero un día en el que éstas cantaron con otra melodía y con la ventana abierta, un joven apuesto las escuchó. Miró la belleza de la chiquilla y se enamoró perdidamente de ella, mas el padre de la niña vio que los dos intercambiaban miradas apasionadas y ofreció una paliza al chaval. Pero, cuando el ilusionado recordaba los cánticos de la niña, su pelo negro y sus ojos dorados mirándolo, cada vez más se enamoraba.
Diríase que se acordó de la dirección de la chiquilla y rápidamente, sin importarle su padre, le escribió una carta. No recuerdo muy bien el qué escribió, pero más o menos sé que le expresó todos los sentimientos que tuvo a primera vista y que contuvo hasta ese día. Le especificó que esa noche estaría en la entrada del parque de María Luisa y que la esperaría entusiasmado.
La envió y al ella recibirla se alegró mucho. La soledad iba a dejar paso a la compañía y el amor.
Al caer la noche se marchó de su casa.
Recuerdo que cuando había salido por primera vez a la calle y tocar con sus pies descalzos la acera, se alegró. Era una noche lluviosa, pero le daba igual.

Aunque no encontraba el parque puesto que nunca había salido de su casa, unos hombres la guiaron y se encontraron los dos. Se intercambiaron una mirada y la contuvieron hasta que un cuervo graznó, y desde ese momento sus vidas quedaron cruzadas por el amor. Todos los días por la noche se encontraban pero un día el hombre le dijo mediante una carta que se marcharía a Cádiz y que se alegraría mucho si ella pudiese ir.

Y sin saber por dónde ir, vagabundeó por las calles hasta encontrar la famosa Catedral De Sevilla tan hermosa como siempre. Descubrió que la silueta de un joven estaba allí, esperándola. Los dos se miraron complacidos pero parece ser que el padre de la muchacha los siguió junto con la policía. Los dos amantes intentaron escaparse juntos pero la policía cogió al muchacho…En cuanto a la niña… consiguió escapar de su padre…Al principio nadie sabía dónde estaría la cría, su padre puso carteles de búsqueda, pero en la época que estábamos no le importaban mucho una simple niña, y bueno, apareció el cadáver de ésta en la orilla de Costa Romana. Su padre ya había fallecido a causa de la ansiedad de no ver a su pequeña y por eso la enterraron en Cádiz. De su amor perdido no se sabe nada, unos dicen que murió, otro que se fugó de la cárcel, y los últimos predican que se ha ido en busca del alma de su corazón. – El aliento olía a alcohol pero Leonardo estaba tan ensimismado con sus palabras que le dio igual. El vagabundo tomó un trago de lo que parecía ser whisky y prosiguió.- Y por eso, chico, hay un algo extraño en la orilla del río pero parece ser que a ti no te ha hecho nada al verla. A lo mejor le parecerás a su amante.

Leonardo se interesaba por la historia, pero su mente se llenaba de cólera al escuchar la absurdez más tonta del mundo.

- Pero, ¿os estáis escuchando? ¿Un fantasma? No existen los fantasmas. – Dijo con una sonrisa de ironía.

- ¿Cómo qué no? – Preguntó Ronaldo. – Muchachito sabelotodo, ¿quién eres tú para creer que no existen los fantasmas? Lo primero, los borrachos siempre dicen la verdad. Lo segundo, no tienes ni la más remota idea de lo que es el mundo. ¿De dónde eres, chico?

- De Valencia – espetó con un poco de ira.

- De Valencia, ¿no? – y rió. – Mira chico, este país es un sitio en el que la magia habita por todas partes. Pero claro, seguramente que tú te habrás quedado en tu casa esperando cumplir la mayoría de edad para viajar. Señorito, no sabes lo que te espera. No todo es lo que se dice en las escuelas, que nada de magia, que mucha ciencia, pues no. No todos la poseemos pero existe. Cuando menos te lo esperas, ahí está la magia, aunque tampoco es la magia de las hadas como en los libros, es oscura…

Leonardo no entendía nada de lo que escuchaba. Resultaba que ahora todo lo que le rodeaba era mágico. “Están locos” se dijo.

- Vale, me lo creo. Ahora tiene que venir un burro volando y me va a confiar la llave de la verdad y quiere que valla a su reino para luego casarme con su hija, ¿no?

- ¡Serás…! – gruñó la carraspeada voz de Ronaldo se bajó del asiento y alzó la mano, pero el camarero ya había intervenido, rápidamente le sujetó el brazo.

- Ronald, sabes que no quiero peleas en mi puesto. –Luego, miró a Leonardo, que estaba asustado. – Y tú chico, si no nos crees allá tú. Sólo digo que es la verdad. – Soltó la mano de Ronaldo y volvió a su trabajo. – Sebas, ¿quieres algo más?
Sebas negó con la cabeza.

Leonardo no sabía lo que estaba ocurriendo, no lo comprendía, se sentía incómodo.

-Demostrádmelo – exigió repentinamente.

- ¿El qué? – preguntó Sebas.

- Demostradme que de verdad sabéis hacer magia. – Dijo nervioso.

Ronaldo que antes se había sentado de nuevo, otra vez se levantó, pero esta vez fue hacia la arena.

El joven vio como el viejo andaba por el suelo de madera tambaleándose, saltó el pequeño escalón y tocó la arena.

- ¡A ver qué te parece esto! – Gritó alegre.

Y de pronto, Leonardo distinguió que de la antes descolocada postura de Ronaldo, ahora se convirtió en una rigidez absoluta. No escuchaba absolutamente nada pero de pronto, algo pasó. Algo bastante extraño.

Una nebulosa azul iba en dirección de Leonardo, pero en vez de pegarle como él se esperaba, la nebulosa se convirtió en una hermosa muchacha que se sentó en la silla que lindaba al lado de la suya y sonriente, le tocó el rostro con unas manos frías, pero un grito provocó la chica azul y se cayó al suelo revolviéndose y chillando, pronto, una luz negra apareció en ella y desapareció.
Leonardo se quedó asombrado ante tal acto, era verdad. ¿Pero cómo? Nunca había creído en eso, es más, de pequeño, cuando quería leer un libro de fantasía, su padre se lo quitaba de las manos cuidadosamente, diciéndole: “Los libros fantásticos te comerán el coco, como a Don Quijote.”

Esa frase resonó con la voz de su padre en la cabeza de Leonardo. Se llevó las manos a la cabeza puesto que otra vez la pólvora se agazapaba a su corazón evitando así que la sangre circulase; se levantó y comenzó a tambalearse, al ver lo que lo rodeaba, distinguió sólo bultos; bultos rígidos y que no hacían nada para ayudarlo.

-¿Qué…Qué…me está…pasando? – logró decir.

Pero nadie lo escuchaba, dirigió la vista hacia un lado y hacia otro, sentía que su cuerpo avanzaba desesperado y en vez de pasos, daba zancadas estrepitosas.
Se repetía una y otra vez la misma pregunta: “¿qué me está pasando?” en su mente; ni Ronald, ni Sebas ni el camarero lo ayudaban, “¿por qué?” no lo sabía. Solo sabía que en ese instante estaba él solo ante el dolor.

Y el cuerpo de Leonardo se quedó allí, solo e inerte. La mente de éste divagó por la magia y comprendió que la vida de Leonardo había cambiado para siempre; la pólvora de su corazón nunca podría extraerse y advirtió que ya no todo era como él se creía, ahora era todo… ¿mágico?

Nunca sería como era antes, un tímido aunque a veces gracioso ilustrador, un simple hombre en busca de la soledad, un joven con aspiración a recorrer el mundo…

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