miércoles, 17 de febrero de 2010

CAPÍTULO III


["The eyes of my dreams"]

CAPÍTULO III - CONCIERTO


Leonardo se sentó de nuevo en el banco que minutos antes estaba ocupado por él y su nuevo amigo Tomás. Pensando en cómo iba a poder quedar con Tomás pese a que tenía su móvil caviló en que sería buena idea sacar el folleto que tiempo atrás le había entregado el nigromante.
ESTELA SUAREZ, LA VOZ DE LA MELODÍA”

Estela, una guitarrista nata y con una voz extraordinariamente aguda, visita Cádiz. La sevillana hace sus primeros conciertos fuera de la ciudad y su música hace llorar hasta a los más rudosActuará en el polideportivo a las siete y media, acabará sobre las diez de la noche. Se puede adquirir su primer disco en el concierto, y habrá una sala donde firmará a todos los que quieran.

La verdad es que no sonaba nada mal. A Leonardo nunca le había interesado la música, al revés que su padre. Recordaba que cuando él era niño, al llegar de la escuela, su progenitor siempre tenía puesta en un reproductor de música, música clásica. Al acostarse, su padre le tocaba la música blues con su saxofón, y se dio cuenta de que no debería haber despreciado la música. En ese tiempo de reflexión anheló esos momentos en el que su padre le contaba una historia por medio de la música o cuando creaba una nueva melodía y con su saxofón se exponía al jardín para disfrutar del sonido de la naturaleza fusionado con el de su instrumento. Lloró interiormente por no haber apreciado todo lo que tenía cuando no era más que un crio.

“Recuerda que la música es el aura de toda imaginación” le solía decir su padre al acostarlo.

Suspiró y de pronto, se encontró con un silencio absoluto a su alrededor.

Al mirar a la plaza no divisó a nadie, a lo mejor sería porque ya habría acabado el mercado. Miró su reloj y eran las cinco menos veinte. Antes de quedar en la plaza de nuevo con Tomás, prefería llegar al motel y cambiarse de ropa, aparte, así podría despejarse un poco sobre el pensamiento de la muchacha dorada.

Y otra vez se encontró andando por las angostas aunque iluminadas calles del pueblo. No había nadie en las calles, pero eran las cinco, a lo mejor estarían durmiendo.

Pensó en el corazón que habitaba en su humilde caja torácica, todavía seguía con esa pólvora y estornudaba a causa del fallecimiento de su padre; pero un presentimiento hacía de antibiótico y

Tomás meditó en que sería buena idea estar en aquel lugar, a lo mejor el amor sería el remedio de su desfallecimiento.

A lo mejor el amor era la vacuna del virus de su corazón.

A lo mejor…

Desechó rápidamente esa idea de su cabeza. No quería llorar más por nadie y pensó que sería mejor que nada más que Tomás le arreglase su problemático coche, se iría de allí. No quería tener amigos, ni tampoco quería enamorarse de una mujer que mataba a hombres.

Llegó como un espectro a su habitación. Estaba reventado pues le estaban sucediendo demasiadas cosas a su corazón, y la pólvora parecía que aunque no se extendiera le advertía de que algo malo iba a suceder y así poder extenderse hasta crear un campo de rosas espinosas en el pequeño corazón de Leonardo.

El joven se echó en la cama y colocó sus brazos detrás de su nuca. Clavó la mirada en la bombilla solitaria que pendía del techo y sonrió para sí.

Comenzó a meditar sobre sus nuevos amigos; la juventud de Sofía, que aparentaba más o menos cinco o seis años, hacía que los verdosos ojos de Tomás se encendieran como en la oscuridad una vela. La niñita parecía que absorbía con sus rizos dorados a todo lo que le rodeaba. Era una niña que parecía ser diferente, única; su don para facilitar a las personas ser más felices la hacía especial; y sus ojos azules parecían inocentes, aunque detrás de esa inocencia hubiese algo de dolor. Tomás era su hermano, se parecían muchísimo, excepto en que él era el que captaba las ordenes y la hermana la que las mandaba. Pero los dos eran inocentes y los dos eran graciosos; al ver la hora de casualidad, se acordó de que posteriormente tendría que volver a la plaza y era para ver ese concierto del que tan bien le habían hablado.

Se irguió y buscó entre el armario alguna vestimenta medianamente formal.

Tras pasar varios minutos decidiendo si era mejor escoger la camisa blanca o la negra, se dispuso a ir al cuarto de baño para poder afeitarse.

Sus grandes zancadas hacían que un polvito cayera del techo del cuarto de baño. Se echó agua en la cara y con una mano cogió el bote conteniente de espuma; la extendió por la zona que luego iba a afeitar.

Su cara quedó libre de la espuma y se la secó con una toalla verde que se situaba en el perchero del lavabo.

Otra vez mostró su semblante ante el espejo y pese a que ya estaba sin barba, tenía unos pelos enmarañados. Se pasó en vano el peine por el espeso cabello hasta dejarlo más o menos aceptable.

Fue hacia la puerta y asió el chaquetón que al menos, le daba un aspecto más sensato.


Tomás no paraba de moverse. Acababa de llegar al polideportivo y después de encontrarse con un escenario improvisado y una variedad de cables parecidos a culebras que se enredan por las piernas, se dio cuenta de que era allí donde sería el concierto.

Mientras esperaba en la gran cola, atisbó qué una muchacha de unos diecinueve años, subía por unas pequeñas escaleras hasta sentarse junto con una guitarra enfundada en un pequeño banquito.

Un pie lo colocó en la posa pies del banco, y otro en el suelo. Extrajo una reluciente guitarra de la funda, y comenzó a afinarla.

Al terminar, Tomás apreció los dedos largos de la joven moverse ágilmente por los trastes hasta convertirse en un acorde. La mano con la que rasgueaba tenía ligeramente las uñas más largas, y al escuchar el sonido que evocaba los gruesos labios de la chiquilla, supo que era la voz más melodiosa y más perfecta de todas. Era fina y aguda, las “a” se quedaban suspendidas en el aire y su canto tenía un tono bastante alegre. El rostro de la guitarrista parecía concentrado en la guitarra y por culpa de eso, su oscuro pelo le ocultaba la mitad de su semblante. Tomás se quedó estupefacto y comprendió que sin duda, él era un niñato con rastras al lado de esa diosa que parecía ser muy madura y era demasiado hermosa.

Y de pronto, las miradas de ambos se encontraron. La mirada de la cantante era seductora y unos grandes ojos marrones invadían la vista de Tomás, que éste se mostraba expectante ante ese encuentro.

La joven apartó la mirada y el adolescente se mordió el labio inferior aunque seguía mirándola.

- ¡Chico! ¡No te duermas en laureles, por Dios! ¡La cola se está atrasando, chiquillo! – le gritaba al oído haciendo despertar a Tomás de su ensueño, un hombre bajito y ancho.

- ¡Oh, perdóneme! Estoy últimamente un poco despistado y…

- ¡…Y la cola! ¡No hable más y pase, que le toca! – cortó y zanjó el hombre.

Pero, antes de que Tomás se pudiera enfrentar a la dependienta de gafas de culo de vaso y piel surcada por arrugas, miró otra vez donde estaba la mujer guitarrista.

Y ahí estaba, cantando una melodiosa canción en inglés y haciendo danzar su corto pero de intenso negro cabello.


- Son las seis y media, ¿dónde estará Tomás? – decía para sí mismo Leonardo entre dientes.

Divisó que por una calle venía un par de personas. Supuso que eran los dos hermanos por la diferencia de altura y porque se daban la mano.

Y en efecto, eran Sofía y Tomás, que parecían haberse cambiado de ropa.

- ¡Hola! – dijeron los hermanos al unísono.

Leonardo les saludó con la mano.

Encontró que Tomás estaba bastante nervioso puesto que una mano se estaba vibrando rápidamente.

Hizo caso omiso de ello.

- ¿Por qué habéis tardado tanto? – preguntó enfadado Leonardo.

La niña se encogió de hombros y señaló con la mano libre la cara de su hermano.

- Se ha entretenido en el polideportivo, yo estaba en casa y cuando vino me cogió de brazos y no me soltó hasta que pasó muchííííííííííísimo tiempo. – Espetó Sofía con el ceño fruncido.
Tomás se sonrojó.

- La verdad es que sí, me entretuve un poco…

- Y también te has arreglado bastante – puntualizó Leonardo. Éste le sonrió y Tomás se ruborizó más. – ¿Es esta tu verdadera identidad? Nunca lo hubiera dicho.

Tomás lo fulminó con la mirada, pero se dio cuenta de algo distinto en Leonardo.

Pero al mirarle más detenidamente, inquirió algo.

- ¿Qué hay de tu barba?

- Me afeité, algo que hacen mucho los mayores.

- Joder, pareces más joven macho. – dijo Tomás.

- ¿Cuántos años crees que tendría? Vamos, tengo dieciocho, nada del otro mundo.

- ¿Dos años más que yo? – comentó Tomás asombrado. - ¿Y te vistes y hablas así para lo joven que eres? Dios mío.

Leonardo rió y luego, prosiguió:

- Todo lo que sé se lo debo a la biblioteca. Dejé el instituto a los quince y me interné en la biblioteca por las mañanas. A sí que, ya sabes.

Los dos notaron que algo les aporreaba las piernas. Era Sofía que otra vez estaba mosqueada.

- ¿Vamos ya? Quiero jugar con mis amigos. – Dijo con su voz de pito enfadada.

Los dos intercambiaron una mirada, y con una sonrisa, cada uno cogió la mano de la niña y se encaminaron al polideportivo.


“Estela, tranquila, son pocas las personas que se encuentran allí a fuera. Tranquila Estela, tranquila.” Se decía Estela mientras se retocaba el maquillaje.

La cantante se encontraba sentada en su camerino cuando un chaval con un micrófono en la mano abrió la puerta sin llamar.

- Estela, el escenario está listo. Adelante cariño, cómete el mundo como tú sabes. – Y el chico le guiñó un ojo.

Estela se levantó y cogió las asas de su guitarra. Hacía poco que había ensayado en el escenario y unos ojos de un adolescente la desconcentraron. Eran verdes como el color del musgo, pero eran bonitos. Rememoró cuando la mirada del chico estaba invadida por una curiosidad absoluta.
Sintió un escalofrío.

- De acuerdo, Esteban. – Se levantó de su asiento y fue hacia su enamorado, depositó un suave beso en los labios de éste y se marchó por el pasillo hasta llegar a la puerta que la conducía hacia el escenario. Mientras caminaba, su pensamiento se dirigía hacia el amor que compartía con Esteban. Al principio le gustaba mucho, pero eso fue hace ya tres años, cuando solamente era una cría de quince. Ahora no sentía lo mismo por Esteban como antes, pero era su fiel amigo y no quería molestarle.

Respiró hondo, y cambiando su cara preocupada por una más alegre, abrió la puerta y subió al escenario.

Zarandeó suavemente su cabello terminado en punta que le llegaba por el nacimiento de la nuca y se sentó nuevamente en el escenario. Distinguió que había a su alrededor muchas sillas ocupadas por transeúntes. No diferenció mucho más, sólo que media población estaba sentada y esperando mientras comía palomitas, a la voz de Estela.

La muchacha sacó suavemente su guitarra y, como ya la había afinado antes, se dispuso a tocar.

La relajaba el suave son de la música. La despejaba de un mar de helechos colocados en su mente para que nada pudiera entrar ni salir de ahí. Su canto surtía el efecto de laxante y sus ojos cerrados la armonizaban pero decidió abrirlos aunque eso estuviese fuera de sus principios.

Y al abrirlos vio algo.

Unos ojos…

…Unos ojos verdes y muy familiares que de pronto invadieron su mente.

De repente, se dio cuenta de que su guitarra desafinaba, y aunque su voz todavía siguiera firme, ya no sonaba tan melodiosa como antes.

Volvió a cerrarlos.


Muy cerca de donde la maravillosa guitarrista se encontraba, estaba Tomás.
Saboreó que en unos segundos interminables para él, las miradas de la muchacha y el mecánico se cruzaron.

Sus ojos lo hacían olvidar todo en cuánto él tenía malo en su mente. Los continuos insultos de su padre, las noches pasadas fuera de su casa junto a su hermana en el parque, las peleas, los llantos, el desamparo…

Esa sola e íntima mirada que compartieron ellos dos hizo que a Tomás se le olvidase, todo.

Y después de un largo rato contemplando su esbelta figura llena de trapos des conjuntados, Tomás decidió cerrar los ojos y disfrutar de esa sensación que no le producía desasosiego, sino todo lo contrario.

A su lado se encontraba Leonardo, que como era más alto, cogió a hombros a la pequeña Sofía y como estaban todos de pie, comenzaron a ladear su cuerpo. A Leonardo le satisfacía la música de esa muchacha.

Era tranquilizadora y su guitarra componía miles de sonidos que la aguda voz de la mujer no alcanzaba.

Hacía tiempo que no disfrutaba de un conciertillo sólo por el hecho de los estudios.
Le gustó mucho la manera de expresarse de la chiquilla con su rostro. Ponía ímpetu a cada nota y parecía sacrificar su vida cuando algo malo pasaba en su canción.

- " ...Finally, the heart slept..." - finalizó la muchacha y un mar de aplausos invadió la sala. Estela se sintió muy aludida. Todavía no había abierto los ojos pero percibió que miles de ojos se clavaban en su rostro. Se acercó el micrófono a la boca y abriendo los ojos, habló:

- Querido público, hoy me es difícil expresar todo el agradecimiento que tengo hacia vosotros. La simpleza de estar aquí obteniendo miradas llenas de los sentimientos que he querido dar a entender con la música me ha dejado fascinada. Éste es el único conciertillo que daré aquí en Costa Romana y me ha encantado compartir estos momentos con vosotros. Pero antes de irme, quienes vayáis a comprar el disco, seguid a Esteban – y señaló al que poco antes de comenzar la actuación, había hecho de presentador. Los dos se intercambiaron una mirada, aunque con diferentes sentimientos – y allí os esperaré para la firma de éstos. Gracias por recibirme. – Les dedicó a todos una hermosa sonrisa la cual contenía unos centelleantes dientes perfectos.

Enfundó de nuevo la guitarra, pero antes de marcharse a su camerino, dirigió la vista hacia el público. O sabía cómo ni por qué pero ansiaba con ver esos ojos verdes.

Pero no se encontraban…

¿…Dónde estaban?

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