miércoles, 17 de febrero de 2010

CAPÍTULO V




Una ráfaga de viento sopló en aquel acantilado verdusco. El bosque desprendía un olor apreciado por la muchacha que estaba en el pico de éste. Ella se sintió libre, al fin. Sus manos comenzaron a moverse en círculos mientras que sus finos dedos danzaban al son de su mente.

La mujer respiró el aire marino y su vestido rojo se extendía hasta formar aureolas. En ese momento ya no se acordaba de que fue ella quien creó la magia, fue ella, condesa de Roldan, Francia en el siglo IX quién revolucionó el amor, fue ella la primera bruja y fue ella quien creo la magia del amor; eso se le olvidaba sólo con apreciar la vista del translúcido mar. Al danzar percibió que alguien iba tras ella. No se movió absolutamente para nada, quería disfrutar viéndolo morir con su poder. El hombre se acercaba lentamente y de su mano salieron destellos dorados hasta llegar al cuello níveo de la mujer. Ésta evocó un suave suspiro pero la gracilidad de sus movimientos al girarse hicieron que un aura blanca fuera a parar a la pierna del hombre que había invadido su meditación. Su cuello se vio librado de la fuerza de la magia.

- ¿Quién eres? – preguntó dulcemente con su voz en eco.

- Mi majestad, soy un humilde sirviente que quiere agradeceros todo lo que hayáis hecho por La Tierra.- dijo el hombre mientras los sollozos a causa del dolor se desgarraban en su boca.

- ¿Qué he hecho por vosotros? – espetó y luego miró hacia el mar. – Sólo os he dado la magia a los más débiles, sólo he intentado hacer que el amor sea el culpable de todo…

-¿Por qué mi señora? – Interpeló éste todavía malherido. - ¿Queréis que el mundo sufra por los acontecimientos del amor?
Asintió.

- ¿Por qué?

La mujer se dirigió de nuevo hacia el hombre dañado y se agachó. Recogió su rostro y lo miró a los ojos. El hombre comprendió que de los ojos de la mujer, unos ojos violáceos, caían lágrimas.

- El amor es el peor sentimiento de todos, amigo mío. Y quiero que todos los humanos que posean un mínimo de magia sepan lo que es eso, y por eso he creado la mirada de la magia…Para que cada uno sepa con quién debe estar.

Sofía abrió sus grandes ojos azules y Alzó la cabeza para mirar a Leonardo.

- Leo, ¿sabes quién es la condesa de Roldan? – le preguntó la niña concernida.

Leonardo la dejó en el suelo y se agachó; echó un breve vistazo a Estela y a Tomás, pero seguían sin moverse y mirándose, algo extraño les sucedía.

- ¿Quién? – preguntó nuevamente mirando a la niña.

- A la condesa de Roldan, la bruja. Es que la acabo de ver. – Respondió la pequeña sonriente.
- ¿Dónde la has visto? ¿Fue con tu hermano?
La niña negó con la cabeza.
- ¿Entonces?

Sofía tocó con un dedo su cráneo envuelto de rizados cabellos rubios.

- La he visto aquí. – Zanjó.

- Pero, ¿qué has visto Sofía? – Leonardo se sentó en el sofá, ya hacía caso omiso de los dos enamorados que parecían estar en contra el tiempo. – Ven, cuéntame lo que te ha pasado.

La niña se sentó en el regazo de éste y se dispuso a hablar:

- He visto que una mujer muy muy muy muy guapa, estaba en el mar, un hombre muy malo intentó matarla con una cosa amarilla que se la agarraba a su cuello. Pero la condesa de Roldan es una brujita y con su magia consiguió atrapar al hombre malo. La brujita comenzó a llorar y le dijo al hombre malo que había creado la mirada mágica para que todo el mundo con un poquito de magia sepa quién es su medio corazoncito. – Confesó la niña mientras sus dedos jugueteaban con los mechones de pelo de Leonardo.

El joven la apartó y la miró a los ojos. Parecían tan sinceros…

Y entonces pensó que la mirada mágica es lo que les podría estar ocurriendo a Tomás y Estela.

Pero…No, no podía ser eso. Era algo imposible.

- Anda Sofía, no digas esas cosas. Será tu imaginación, que es muy extensa. – Le guiñó un ojo a la niña, pero ésta se enfadó.

- ¡Es verdad! – soltó Sofía.

- Bueno, Sofía es tarde y tienes que dormir. – Se levantó y la acogió en sus brazos. La pequeña niña aún molesta, cedió a dormirse allí, el sueño invadía su mente y su cuerpo.

Al Leonardo depositarla suavemente en su lecho, ella le cogió de la mano y le susurró:

- Buenas noches Leo…

Y desprendió su pequeña manita ahora inerte.

Leonardo se enderezó y contempló a la pequeña niña dormir plácidamente.

Era tan bonita…

Mas, la inmovilidad de la niña hizo que la pólvora del corazón de Leonardo se agarrara otra vez produciéndole un dolor espantoso, y todo por pensar en sí la niña muriese…

Descartó esa idea de su cerebro. No tenía que pensar en eso. En sí, había viajado para poder olvidarse de los sentimientos y ser un hombre solitario; pero cada vez que veía la sonrisa de Sofía, los inocentes ojos de Tomás y recordar a la muchacha dorada, quería arriesgarse a seguir siendo masoquista.

Su mirada fue a parar a los dos cautivos de la “magia”.

Decidió ir hacia ellos y taparle los ojos a los dos, así podrían hacerle caso.

- Bueno, creo que ya es hora de preparar las camas. Y la señorita se tiene que marchar. Tu novio estará hecho una furia.

Ella quitó la mano de Leonardo profiriendo un quejido.

- ¡No me quiero ir! – aulló.

Tomás también quitó la suya ceñudo.

Pero Leonardo no se iba a dar por vencido, sabía que sería mala idea dejar a la chica en su habitación, tampoco tenían camas suficientes, él mismo se había ofrecido a dormir en el suelo y dejarle a Tomás en el sofá; no quería que el chiquillo durmiera otra vez en la calle.

- Bueno, pues lo siento mucho Estela, tienes que irte. No quiero que nos denuncien a la policía…

- ¿Y si llamo a Esteban? – cortó ésta. – Le podré contar que… ¡Sois dos hombres! que han…¡formado un espectáculo y que me habéis llevado con vosotros porque habéis visto que tengo talento! – inquirió ésta mientras se inventaba su solución.

Tomás no la paraba de mirar, aunque ahora podía apartar la mirada de su rostro. Leonardo tomó la palabra con un suspiro:

- ¿De verdad quieres quedarte aquí?

- No quiero estar en un mundo que no es mío – obvió Estela. – Y Esteban no es de mi mundo, sólo se interesa del dinero y su capricho hacia mí es osado. No sabe con quién juega.
Tomás ahora miraba a Leonardo y con sus ojos le rogó que la dejara pasar la noche.

- Está bien… Llámalo ahora y le dices que estás lejos, vas a quedarte en un hotel. Coge tu teléfono. – Se dirigió a la cocina – Tomás, elige algo de cenar, ¿Huevos fritos o salchichas? ¿O las dos cosas?

- Las dos cosas, espera que te ayude. – Ayudó a Leonardo una vez puesto al lado de él.

Estela prendió su móvil y marcó el número de Esteban.

- ¿Estela? – sonó la voz adormilada de Esteban.

- ¡Es! Sí, soy yo; Estela.

- ¡Estela, mi vida! ¿Dónde estás? ¿Te han hecho algo malo, esos cretinos?

Estela se apartó un poco de donde estaban Tomás y Leonardo.

-No, no me han hecho nada mi vida. Sólo son dos hombres de oficio de payasos, han querido montar un espectáculo sorpresa y me han llevado con ellos porque veían talento en mí. Pero tranquilo cariño, mañana por la mañana iré contigo, quiero sacarles información de Rosalinda.

Una espiración brotó del móvil.

-De acuerdo, pero solo por eso, ¿vale?

- Vale, adiós.

Y cerró el teléfono. Sabía que lo que estaba haciendo no era bueno, pero ya que la habían secuestrado, quería aprovechar la situación de averiguar más sobre Rosalinda, porque costara lo que costase Estela tendría que averiguar porqué Rosalinda tenía tanta relación con ella.

La cantante no sabía que decir y se apresuró a inventarse algún quehacer:

- Yo voy a ordenar la habitación y preparar la mesa. – Y les brindó una sonrisa resplandeciente.

Los dos jóvenes se quedaron absortos pero se dieron cuenta de lo que tenían que hacer y dejaron de mirar a Estela.

Pasaron horas y horas entre risas. Parecía ser que Tomás era un gran bufón y hasta con el kétchup contaba un chiste. Diríase que la cena duró dos horas, pero al terminar y recoger, Estela sugirió que podrían colocar cojines al lado del mirador y sentarse allí, poder conversar y conocerse mejor. A Tomás y a Leonardo les pareció una buena idea, y dicho y hecho, cogieron un par de cojines cada uno y se sentó en los cojines.

- Bueno Estela, ¿cómo es que te casas? – interfirió Leonardo mientras otra mirada se cruzó entre Estela y Tomás.

Al escuchar la palabra casar, Estela se mostró apenada, parecía no querer hablar de eso y bajó sus ojos a las manos; comenzó a hablar:

- Mis padres fallecieron y como mis abuelos eran pobres me trasladaron a un orfanato, en él aprendí sola a tocar la guitarra y también a cantar. A los quince decidí pararme en las calles del centro de Sevilla para poder conseguir dinero de mí misma. Tocaba la guitarra acompañada de mi canto todos los días al atardecer, y uno de estos, Esteban se acercó a mí. Me dijo que era un joven manager y que quería que fuese “su cantante”. Yo acepté enseguida, el polvo comía mis entrañas y la soledad hundía mi ser. Pasaron dos años y hace dos meses me propuso matrimonio, yo todavía seguía encaprichada con él y acepté; pero al transcurrir estos meses me he dado cuenta de que no es mi amor y de que quiero ser un alma libre… - Pequeñas lágrimas perlaban las pálidas manos de la niña y el final de su discurso se convirtió en susurros.

Tomás se quedó aturdido al verla así; pero su pasado no era mucho mejor que el suyo; su madre quedó muerta de una paliza que le propino su padre y desde entonces Tomás y Sofía se quedaban a dormir a las afueras de su casa en el parque, por precaución; su familia además era tremendamente pobre y lo único que tenía de dinero era para darle de comer a su pequeña hermana.

- Tranquila Estela, todo pasó, todo pasó – reanimó Leonardo para luego decir – creo que todos hemos tenido un pasado bastante desafortunado, pero, con nuestras fuerzas creo que podremos combatir contra ese mal. ¿Estáis de acuerdo?

Los dos asintieron.

Y aprovechando la dura situación prosiguió:

-Pues bueno, creo que es mejor que nos vayamos a dormir antes de que Sofía despierte, al acostarla estaba delirando.

Los tres se levantaron y recogieron las cosas. Estela se durmió en el sofá, Tomás se acostó en la cama de Leonardo con su hermana y el último se quedó en el mirador pensando en la muchacha dorada.

“No quiero dormir, soñaré con ella de nuevo y mi corazón ya está luchando para poder conservarse de las continuas estacadas de la pólvora. No quiero dormir…” decía una voz en su interior.

Otra vez observó el plácido mar y se acordó de lo que Sofía le había dicho horas atrás:
“…con un poquito de magia sepa quién es su medio corazoncito.” Y aunque él no creyera en eso, sabía que le estaban sucediendo cosas extrañas, cosas que nunca hubiera descubierto si no hubiese salido de Valencia, cosas con las que jamás había soñado hasta el momento.
Se acomodó bajo el mirador y allí, mirando a la luna menguante se durmió.


“En el sueño, Leonardo se encontraba de pie; parecía estar en una angosta calle y distinguió que dos figuras se alzaban al final de ese callejón sin salida. Él vestía con un gran abrigo negro y una capucha cubría su cráneo.

-Te acompañaré pese lo que pese – oyó decir a una muchacha.

- No puedes mi amor, Cádiz es un lugar muy inhóspito para ti, nunca has podido salir de tu jaula ni tampoco has escapado de tu padre, mi vida, no te arriesgues por alguien tan singular como lo soy yo. – Especificó el que sería su amante.

La chiquilla asió las dos manos del hombre y le dijo con tono suplicante:

- Pero yo te quiero, Rafael. Quiero vivir una vida junto a la tuya, este no es mi mundo, ni el tuyo; este es un mundo creado a base de monstruos y criaturas malévolas como mi padre. No me dejes entrar en el infierno Rafael, por favor…

El que parecía llamarse Rafael lo meditó durante unos segundos y apartó una de sus manos de la de la muchacha para posteriormente colocarla en su mejilla.

- Eres todo lo que amo, sin ti mi vida sería una ruina. – Sonrió mientras una lágrima le caía sobre su rostro. - ¿Recuerdas la canción que cantaste al conocernos? Era hermosa. "I´m singing in the rain…” – comenzó a cantar.

Leonardo detectó entonces una aguda risita de la muchacha.

-Síguela – reanudó Rafael.

- ¿Aquí? – preguntó avergonzada pero con una sonrisa la mujer mientras que miraba de un lado a otro.

-Sí, aquí.

Y al comenzar la chiquilla a cantar, ese cántico florido inundó a Leonardo los oídos dejando que cerrara los ojos y…

Y se levantara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario