miércoles, 17 de febrero de 2010

capítulo II


[...And you heart fell in the floor...]

CAPÍTULO II

Se despertó profiriendo un ruido de susto. Había tenido una pesadilla y se acordaba perfectamente de cada detalle del sueño. El aullido hizo que se sentara en la cama con los pies tocando el suelo, y se pasase la mano por su cabello ahora sudoroso. Suspiró y rápidamente se calzó y anduvo hasta el gran mirador.

Despejó las cortinas, y Leonardo se cegó con la luz solar que atravesaba su somnolienta mirada.

Al percibir ese rayo de luz rápidamente cerró las cortinas, dejando un matiz oscuro. Arrastró los pies hasta la cocina, donde calentó un poco de leche al baño maría. Se sirvió en una taza publicitaria y se sentó en un taburete frente la mesita que se situaba en medio de la cocina.

Mientras soplaba el ardiente líquido, pensaba en lo sucedido de aquella noche. Simplemente, el hecho de enamorarse a primera vista le había trastornado un poco. Nunca había tenido ese sentimiento. Era absurdo, se decía.

- ¿Y sí fue un sueño? – se dijo. - ¿Y sí era parte de la pesadilla?

Decidió no pensar más en eso, quería explorar un mundo, no enamorarse.

Había terminado de beber, y la taza publicitaria la dejó en el fregadero.

Se vistió y apresurado asió su móvil y las llaves. Salió de la habitación y bajó las escaleras para posteriormente ir a recepción y dirigirse a la recepcionista.

Dejó las llaves en el poyete y se marchó del motel.

Una vez a fuera se preguntó lo primero que tendría que hacer y como tenía poco dinero prefirió ir al banco a sacar un poco.

Por suerte, su memoria fotográfica hizo que recordase el mapa callejero del pueblo y gracias a su astucia se dirigió hacia allí.

Leonardo iba tranquilamente paseando y mientras caminaba por el centro del pueblo observaba detenidamente las blancas casas adosadas que rodeaban la calle. Era hermoso ver aquello, y un aroma a flores de las ventanas le traía recuerdos de cuando visitó una vez Granada, en compañía de su padre, claro. Una ráfaga de viento lo atrapó por detrás llevándose consigo la polvareda del asfalto, hecho de piedras. Leonardo respiró suavemente y se sintió libre. Por una vez podría estar tranquilo en algún lugar. Sabía que estaba en La Calle Mayor y tenía que llegar a la calle de La Reina, no quedaba mucho así que aminoró el paso pudiendo disfrutar de la brisa y ver a las parejas enamoradas pasear o a las familias que van a tomar el desayuno, o simplemente a los abuelitos paseando a sus yorshire terrier.

En una de sus miradas hacia la gente, Leonardo divisó que una niña iba paseando en la misma acera que él junto a un chaval que supuso que sería su hermano mayor. La niña iba sonriente puesto que tenía un globo rosa, la chiquilla estaba muy feliz por tener su globo rosa.

- Tomás, ¿has visto que chulo es mi globo rosa? – escuchó Leonardo decir a la niña.

- Sí Sofía, es precioso. Anda, apártate que va a pasar este señor. – Indicó el que era su hermano.

Leonardo no creía que le hubieran llamado señor. Señor, eso es de persona mayor, él era un joven de dieciocho años que acababa de empezar su aventura de explorar el mundo – aunque su coche se hubiera averiado – pero al llevarse la mano a su boca, notó que una barba de unos dos días surcaba su rostro, era algo extraño puesto que el día pasado no lo había notado mucho, sólo pinchitos.

- Jo Tomás, no me haces ni caso. – Dijo la niña enfurruñada.

Y al apartarse la niña, casualmente otra ráfaga de viento inundó la calle dejando que el pequeño globo rosa de ésta danzara acompañando a la ráfaga y haciendo que la niña propusiera una cara de tristeza y comenzara a llorar.

- ¡Tomás! ¡El globo se ha ido! ¡Yo quiero mi globo, Tomás! – Lloraba la niña. Leonardo que se sentía un poco culpable, se paró y junto a Tomás, los dos se agacharon para atender a la niña.

- A ver, Sofía, tampoco es para exagerar. Mira, si quieres volvemos al hombre y le compramos otro globo, ¿te parece? – explicó el chaval con dulzura y agregó mientras le quitaba las lágrimas con los dedos. – Anda, que las niñas que lloran se ponen muy feas, y tú eres muy guapa.

Tomás miró a Leonardo con suspicacia, y al darse cuenta de ello, Leonardo le dijo que nunca había visto a dos hermanos quererse tanto, que cuando estaba en el colegio, todos los hermanos se pegaban.

- Oye ¿Tú no eres de aquí, verdad? – espetó Tomás.

- No, vengo de Valencia, estoy aquí para ver Cádiz, me han comentado que es preciosa – y luego miró a la pequeña Sofía. – Tan hermosa como esta niña que no debe de llorar. – Y le cogió la nariz con dos dedos.

La pequeña, a pesar de que todavía alguna lágrima se derramaba en su bronceada piel, sonrió dejándole ver a los dos jóvenes una dentadura con mellas.

Tomás rió y luego, miró a Leonardo asombrado.

- ¿Cómo lo has hecho? Mi hermana cuando llora no para hasta que le demos lo que quiere. – Y miró hacia el cielo. – ¡DIOS MÍO, ES UN MILAGRO! – ironizó.

Y los dos estallaron a carcajadas.

- Soy Leonardo Muriel – el susodicho le extendió la mano y Tomás se la estrechó.

- Tomás García, y este bicho que ves no es más ni menos que mi hermanita Sofía García.

La niña, que ya había dejado de llorar, mostró una sonrisa en su infantil rostro y se movió para los lados con las manos cogida por detrás, el vestido que llevaba puesto se movía al unísono junto a la niña.

- Encantado, Sofía. – Se dirigió de nuevo a Tomás – ¿A dónde ibais? – le preguntó.

- Íbamos a la escuela de natación para inscribirla, pero como a la bonita se le ha escapado el globito, pues ahora tendremos que volver al hombre que estaba haciendo propaganda. ¿Quieres acompañarnos?

Leonardo lo pensó durante unos segundos, y decidió que era buena idea.

- Vale, pero tengo que pasarme por el banco, la cartera me grita, quiere que le dé de comer.

La pequeña rió y los dos jóvenes se levantaron. Tomás cogió de la mano a la niña y Leonardo metió las suyas en los bolsillos. Los tres caminaron hacia el banco y, al sacar Leonardo el dinero, se encaminaron hacia el hombre que los repartía de propaganda.

- ¿Y dónde decías que estaba lo de los globos? – preguntó Leonardo.

- Está en la plazoleta. Tío, ese sitio es alucinante. Venden de todo. DE TODO…- Leonardo no quería más información, nada más la respuesta a su pregunta, pero vio que Tomás cogía confianza rápidamente.

“Y pensar que me miraba mal”.

Los tres llegaron a la plazoleta. Los niños corrían alrededor del pozo que se situaba en el centro y mujeres y hombres estaban andando tranquilamente mientras veían y compraban en los puestos situados en los alrededores, también había algún que otro payaso haciendo grandes pompas de jabón.

A pesar del viento, el sol estaba bien puesto en el cielo y no parecía que era como el día anterior.
Sofía zarandeó el pantalón de su hermano, y éste un poquito molestado le atendió.

- ¿Qué quieres, Sofía? –suspiró.

- Tomás, he visto a Sergio, y a Marta, y a Luna. ¿Puedo jugar con ellos? Mira. – Y señalando con un dedo le indicó a Tomás dónde se encontraban sus amigos. Ah, no te olvides de coger el globo, ¿vale?

- Vale Sofía, ahora voy. Anda, corre con tus amigos, pero no te vayas muy lejos, ¿de acuerdo?

-Sí…– la vocal la extendió y al darle un beso en la mejilla de Tomás, la niñita desapareció.
Tomás suspiró.

- Mira, ¿has visto ese puestecito en el que hay un hombre gritando? – Leonardo asintió. Veía un puesto de colores vivos y un hombre con un gran bigote, como el de un circo, sus lentejuelas resaltaban a la vista y su sonrisa parecía grapada. – Pues ahí es donde se consiguen los dichosos globitos. Vamos rápido antes de que se ateste de gente, dicen que va a ver una actuación de una muchacha guitarrista. Parece que es una famosilla en Sevilla.

Los dos se dirigieron a ese puestecito que presidía el hombre rechoncho y con mofletes muy colorados.

- ¡Todos y todas! ¡Compren entradas para la sinfonía de Andalucía! ¡Se quedará poco tiempo aquí y volverá a Sevilla pronto. ¡Corran! ¡Aquí podrán adquirir las entradas! – Gritaba sonriente el hombre.

Dos muchachillas se acercaron y cogieron dos folletos que contenían información sobre la muchachilla que iba a actuar. Leonardo y Tomás se dirigieron también allí, y el segundo les echó tal mirada a las chiquillas que éstas se fueron riéndose y mirando hacia atrás dándose codazos.

- Las tengo a todas loquitas –habló Tomás en voz queda. – A todas.

El hombre se dio cuenta de que los dos estaban en frente del puesto y rápidamente, se colocó unas gafas de culo de vaso.

- ¿Queréis entradas? – preguntó el hombre con una sonrisa. Su acento sevillano era bastante fuerte, pero le daba gracia a esa figura.

- No, la verdad, queríamos sólo un globo. Pero gracias de todos modos. – Explicó Tomás.

Leonardo se sentía un poco entristecido por aquel hombre, parecía no vender nada.

- Yo compro una, ¿cuánto cuestan? – Exclamó éste.

La sonrisa que tenía el hombre se multiplicó, y los destellos que desprendían sus ojos eran un poco exagerados.

- Muchas gracias, que Dios te acompañe. Cuestan cinco euros cada entrada. – Cogió un folleto y se lo dio a Leonardo. – Ahí te dice dónde está y cómo llegar. Te va a encantar, lo sé.

- Pero…Leo… ¿vas a comprar una entrada? – le susurró consternado Tomás. – Si la compras, no podremos quedar esta tarde…

- ¡Es cierto! Mire señor, quiero dos más, por favor. – Y le dedicó una sonrisa a Tomás. Sacó su cartera y de ésta cogió quince euros. – Tenga.

El hombre, sonriente por su negocio, le dio las entradas.

- Gracias por su compra… ¡Ah! Se me olvidaba. – El varón se dio la vuelta y agarró un globo. Se lo entregó a Tomás y éste le sonrió complacido.

Los compradores se despidieron del vendedor y compraron una bolsa de pipas.

- ¡Sí señor! ¡Tú eres legal! Vamos, me pregunto cuánto dinero tendrás en la cartera.

- ¡Anda! No exageres, lo heredé. Mi padre tenía algo ahorrado y al morir me lo dejó todo… - Evocó un suspiro al terminar la frase.

- ¿Tu viejo murió? Vaya tío. Lo siento. Yo estoy deseando que el mío lo haga también. Ese… - en la última frase aún no acabada gruñó.

- ¿No quieres a tu padre?- interpeló el valenciano.

- ¿Querer a un hombre que maltrata a tu madre y por poco te quita los ojos? – escupió las cáscaras de las pipas. – Ni soñarlo.

- Pero es tu padre, ¿no?

- Una cosa es que sea mi padre, otra cosa es que se comporte como tal, cosa que no hace.

Los dos se sentaron en un banco y el silenció los invadió durante algún minuto pero Tomás rompió el hielo mientras miraba a su hermana.

- ¿Por qué has venido aquí?

Leonardo se encogió de hombros y lo miró.

- Supongo que quería empezar mis viajes con algo normalito. Además, no me gusta ir en avión y lo único que tengo como medio de transporte es un viejo polo que se ha quedado atrancado en las afueras del pueblo. Creo que necesitaré un mecánico…
Tomás lo miró, asombrado.

- ¡YO SOY MECÁNICO! Bueno, la teoría no me la sé, ¿pero para qué sirve?... – y otra vez de vuelta a los comentarios que no le interesaban a Leonardo y que sólo asentía para complacer. – Y bueno, ¿quieres que te ayude?

- ¡Claro! Seguro que lo harás genial. Pásate pasado mañana por el Motel la sonorísima, ahí vivo yo.

Inesperadamente, un escalofrío recorrió el cuerpo de Tomás y empezó a tartamudear algo:

- ¿La-la-la so-sss-so-norísima? – especuló.

- Sí. ¿Qué le pasa? – preguntó. Y su subconsciente le advirtió lo que le había sucedido la noche pasada, lo de la muchacha, ¿y sí a lo mejor no fue un sueño?. – Te refieres a esa chiquilla…

-Sí. A esa chiquilla. La muchacha dorada la llaman los marineros. Nadie sabe quién es ni qué pasó con ella ni cómo vino. Creo que nada más que lo saben los vagabundos de las orillas. – Y susurró - Yo que tú no me acercaría a ellos. Una vez hablé con uno y me dijo que poseía poderes. Pero lo de la muchacha dorada es cierto. Lo juro.

- Vale, te creo y tranquilo, no me juntaré con ellos. – Se estiró y levantó. – Y si no te importa, iré a dar una vuelta por la plazoleta. Creo que tú y tu hermana os teníais que ir…

- ¡VERDAD! Tío, me salvas la vida cada dos por tres. Bueno, me voy a llamar a Sofía. Éste es mi número de teléfono, a las seis aquí, en la plazoleta, ¿no?

-Sí.

- Bueno, me tengo que ir, adiós.- Y corriendo mirando hacia atrás se despidió de Leonardo con la mano. Luego volvió la mirada hacia delante y gritó el nombre de Sofía.
Leonardo rió.

- Es un buen chico. Tontillo, pero bueno…

Y recorrió la plazoleta pensando en ese concierto al que iba a asistir junto a sus dos nuevos amigos.

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