miércoles, 17 de febrero de 2010

CAPÍTULO IV


Capítulo IV - ENCUENTRO



Tomás se hallaba en otra gran cola que desembocaba a una mesita y una silla. El adolescente daba pequeños saltitos y alzaba la cabeza hacia arriba de tal manera que por poco no la separó del cuello, y todo lo hacía para poder ver a la muchacha guitarrista.
No había mucha gente pero era lo suficiente para que se captara nerviosismo en el cuerpo de Tomás.

- Venga, venga – dijo entre dientes con voz queda.

Leonardo le dio un toque en el hombro y el aludido se giró hacia él con los ojos muy abiertos.

- ¿Qué te pasa Tomás? – Leonardo miró por encima de Tomás y al ver a la persona que se sentaba en la silla que daba a la mesita y descubrir la belleza que ésta contenía, comprendió el porqué de la ropa tan elegante de Tomás, el porqué de las exigencias del susodicho para estar en ese lugar, y el porqué de esos ojos tan grandes que se le habían puesto al verla.

Y se sintió un poco absurdo por no haberse dado cuenta de aquello lo que pasaba era que no se había percatado de la belleza absoluta de la cantante ni tampoco de la mirada que minutos antes se habían echado; no hasta ese instante, que lo había descubierto.

La muchacha se había cambiado de ropa, ahora no estaba con unos trapajos de diferentes colores, sino que vestía con un vestido blanco sucio y su pelo estaba apartado de la cara gracias a dos trenzas que sostenían su flequillo.

Leonardo encontró que la oreja derecha de la muchacha estaba fulminada de aros.

- ¿Esa es Estela? – preguntó por lo bajo a Tomás, pero éste no lo escuchaba porque parecía ser absorbido por los ojos de la chiquilla.

- Por favor, los que tengan el disco que pasen por aquí y Estela se los firmará. – Avisó un hombre bastante alto y atractivo. Tomás lo fulminó con la mirada, él no tenía ningún disco de ella, antes había estado a punto de comprarlo, pero no podía puesto que su dinero era escaso y necesitaban cenar esa noche Sofía y él.

- Leo, no podemos verla. – Comentó Tomás con tristeza.

- ¿Por qué?
A Leonardo le frustró mucho esa mirada de Tomás tan seca y desamparada.

- ¿No te has enterado? Se necesita un disco para que te firmen.

- ¿Y por qué no lo compramos? – interfirió el joven parando los pies de Tomás, que ya se había dispuesto a apartarse de la cola para irse a casa dolorido.
Éste se dio media vuelta y sólo le dedicó una sonrisa forzada. Leonardo entendió que ese chiquillo había nacido con el don de los sentimientos intensos, era algo que personalmente para Leonardo, apreciaba.

- No tengo dinero, soy pobre Leo – dijo Tomás.

Pero a Leonardo se le ocurrió una grata idea gracias a la mirada que compartieron Estela y Tomás.

“Si consiguiera que se vieran otra vez… ¿Pero cómo?” Había un bullicio de personas impidiéndoles el paso.

“Pero, ¿y sí…?”

- Ven Tomás, vamos a salir de aquí. – Le cogió de la muñeca forzudamente y salieron los dos, Leonardo muy seguro de sí mismo y Tomás quejándose de las continuas presiones que la mano de su amigo daba a la muñeca de él.
Pararon tras cerrar la puerta del habitáculo donde se encontraba Estela.

- ¿Qué pasa? – espetó furioso Tomás – por poco me dejas sin mano con la de gente que impedía el paso.
Leonardo le sonrió y habló:

- ¿Quieres ver a la cantante? – Tomás asintió. – ¿Te da igual de qué manera?

- Me da igual.

- Pues cuando yo te diga, abrimos la puerta y corremos hacia Estela.

-¡¿Estás loco?!– gritó Tomás.

- No, no estoy loco. Lo hago para que seas feliz. Sé que no has sido muy agraciado en tu vida, y quiero cambiarte esa suerte. Voy a por Sofía, a lo mejor nos podrá ayudar. – Se encaminó hacia una pequeña sala conteniente de un parque para niños y que estaba custodiado por dos muchachas.

- Pero, Leo, ¿y si nos pillan? No quiero tener que pagar una multa…

- No nos pillarán, y si pasa algo, yo asumo todas las responsabilidades, no tendré dinero, pero con tal de ayudar a un amigo, lo que sea.

- Gracias.

Y Leonardo fue en busca de su pequeña amiga mientras Tomás se quedaba pensando en esa mirada que hacía que el mundo en el que hasta ese día había vivido se convirtiera en un lugar hermoso y lleno de miradas hermosas y penetrantes.


Estela estaba situada en una gran habitación alargada y estrecha, como una pasarela. Se sentaba en un incómodo asiento de madera y el vestido que la habían obligado a llevar era también bastante indigno para ella. Antes de que otra persona pasase para que ésta firmase, contempló las paredes de color rosa pastel y el decorado no óptimo para un polideportivo.

- ¿Dónde firmo? – preguntó Estela con el bolígrafo dorado en la mano.

- Aquí, en medio de la mariposa.

- Vale. – Estela contempló la portada de su primer disco. Era simple, un fondo blanco y una mariposa de colores volando. Su disco se llamaba “El despertar dorado”. Firmó debajo de la mariposa y se lo entregó a la mujer que se lo había pedido. Al depositarlo en sus manos, le dedicó una sonrisa. – Gracias.

- De nada. – Y la mujer se marchó contenta de tener un disco firmado.

- Siguiente – gritó sin expresión Esteban.

- Es, ¿te importaría ponerle un poquito más de empeño a la situación, por favor? – sugirió ésta la mar de tranquila.

- ¡SIGUIENTE! – chilló con un poquito de más encanto pero con poca ilusión y le guiñó un ojo. – Lo que tú quieras cariño.

- Así está mejor. – Y otra sonrisa cruzó por sus labios.

Pero un estrépito llegó a sus oídos y al volverse para ver qué pasaba, se encontró a todas las personas echándose a los lados haciendo pasar a dos hombres bastante altos y con máscaras de carnaval que estaban andando hacia…ella.
Rápidamente, se percató de lo que pasaba. No creía que serían dos aficionados a su música puesto que ella era nueva…y tampoco la irían a matar como a John Lennon.

- ¡¿QUÉ ES ESTO?! – gritó.

Pero los hombres no la escuchaban y se acercaron más a ella. Los mayores y sus niños se apartaban bruscamente de los dos que estaban invadiendo la sala, pero antes de que Estela se pudiera defender, Esteban fue hacia ellos.

Entendió que no tenían ni disco ni nada, y parecían bastante peligrosos.

- ¿QUÉ ESTAIS HACIENDO? – chilló. -¡SABEIS QUE ESTO ES VIOLAR UN DERECHO PÚBLICO! – clamó Esteban.

Estela, aunque no pudiese ver a los dos hombres, distinguió que la sala estaba hundida de pánico.

- Sí, esto es un acto malo y desagradable. – Espetó el más alto con una voz varonil y seductora. – Pero el favor que le tengo que hacer a mi amigo me resulta más…mmm… ¿cómo lo diría? Ah, ya sé…Me resulta un honor. Y por favor, si nadie quiere ser herido, dejadnos robar unos minutitos a la encantadora Estela. – Alzó su mano en dirección de la chica, que se encontraba detrás del fornido cuerpo de Esteban.

- Jamás – susurró iracundo el novio de Estela y le arremetió un puñetazo al más bajo de los dos. Éste profirió un aullido y el que antes había hablado le asestó una bofetada a Esteban.

- No toques a mi amigo. – Vociferó.

Esteban, que posó una mano en sus labios, se encontró que estaban llenos de sangre producida por sus encías.

Mas, cuando Esteban se apartó un poco, Estela divisó que esos mismos ojos que la miraban cuando menos se lo esperaban, esos ojos verdosos que no la dejaron descansar en ningún momento, esos ojos verduscos con los que se extraviaba en sus canciones, la observaban. Eran del más bajo, que había sufrido un duro golpe, pero la miraban. Entontes Estela distinguió en vez de curiosidad, dolor. Dolor por algo, ¿por qué?

- Es… - comenzó a decir la chiquilla.

Pero Esteban la apartó de un empujón y la dulce cantante quedó atrapada en un sueño profundo.



“¿Dónde estoy?” se preguntó Estela al abrir los ojos y hallar que estaba en una habitación oscura con estampados de colores y grietas incrustadas.

Decidió incorporarse y así lo hizo. Se tocó la cabeza dolida y con el tacto encontró que una venda cubría su cabello enredado.

- Te diste un fuerte golpe en la cabeza. Ahora estás en mi casa. – Interrumpió el silencio la misma voz que hacía mucho tiempo parecía haber escuchado Estela.

La guitarrista se encontró con un joven muy alto y más o menos de su edad. Unos cabellos rubios le caían por el rostro y una sonrisa que marcaba su boca dejaba entrever unos dientes luminosos. Sus ojos se posaron en los de ella y al cruzarse sus miradas, Estela notó compasión en él.

- ¿Quién eres? – dijo susurrando a la vez que se levantaba de un sofá bastante rígido y duro.

- Pues a ver… ¿Por dónde empiezo? A sí, soy el amigo de tu enamorado. Me llamo Leonardo, encantado. – Dijo Leonardo mientras le servía a la cantante una taza de té en la mesita que estaba situada a su lado. – Supongo que te sentará bien el té.

Estela asintió, pero todavía se sentía aturdida.

- ¿Por qué me habéis secuestrado? – interrogó Estela pero más que asustada parecía tranquila; como si los dos hombres que la habían llevado a su “guarida” fueran amigos íntimos. E incluso se lo tomaba con un poco de humor.

- Esa es una pregunta la cual no estoy autorizado para hablar. Es algo sobre tú y el chaval.

- ¿Qué chaval? – se frustró por no saber nada.

- Un admirador tuyo. Sólo te diré sus últimas palabras referidas a ti – se aclaró la voz y prosiguió. – “Sus ojos hicieron que el mar de sentimientos que contenía en mi cabeza se convirtieran sólo en uno: el amor”.

Estela se quedó estupefacta al escuchar aquellas hermosas palabras salidas de los labios de

Leonardo.

- Repite – exigió.

- No, lo escucharás de la boca de Tomás. – Y se sentó junto a ella en el sofá.

-¿Tomás? ¿Es ese quién ha hecho esto? – susurró para sí, aunque Leonardo creía que la pregunta estaba dirigida hacia él.

- Digamos que ha sido la inspiración de mi obra maestra. – La miró y ésta contuvo una sonrisa. - ¿Qué?

- Nada, sólo que para haberme tenido presa dos horas eres muy gracioso.

- Pues, teóricamente sí. Pero si quieres puedes irte, ahí está la puerta. – Señaló con la cabeza la puerta y sonrió. – Pero son las doce de la noche, no creo que quieras estar sola por ahí.

De pronto, una oleada de angustia invadió el corazoncito de Estela.

- No…quiero irme… - logró decir.

- ¿Por qué? Nunca hemos hablado y supuestamente, tendrías que estar dando patadas en la puerta y gritando para que te dejara salir. – Dijo Leonardo sonriendo.
Estela vaciló, pero al pasar unos segundos de meditación, decidió contarle a ese desconocido lo que le pasaba.

- No me gusta ser yo misma… Viví de la música callejera pero Esteban me rescató de la mala fama y quiso ayudarme, yo tenía dieciséis y era tonta, me enamoré y ahora, estamos prometidos…ojalá pudiera borrar todo lo que me ha sucedido, volver a ser la huérfana que vivía de su guitarra extraviada y de los pocos euros que le dejaban en la gorra. Prefiero ser así antes que hacer cosas en contra de mis actos. – Suspiró.

A Leonardo se le cambió la cara al verla de esa manera. Sus capacidades interpretativas para mostrar alguien que no era, como un gran graciosillo, le fallaron en ese momento; colocó su mano en el hombro de la mujer y la intentó consolar.

- Lo siento Estela, no debí de hacerte esa pregunta, ¿pero, qué dirá tu prometido al no encontrarte? Yo sólo quería que Tomás y tú os conocierais y así poder hacerlo feliz. Pero es mejor que te marches ya, no sabía que estabas prometida ni nada de eso. Perdón.

- ¿Qué? ¡No! Yo quiero ver a Tomás. – Zanjó Estela.

- Pero…

Estela se levantó y fue hacia el mirador. Sin duda alguna esa era una vista bellísima, algo que no todos los días podía apreciar.

- Leonardo, la sutileza es algo que carezco, soy una pequeña persona capaz de hacer reír o llorar junto a mis canciones, pero ya está. Nunca he experimentado el amor, sólo el capricho… Y al escuchar esas melodiosas palabras evocadas de una persona y dirigidas hacia mí, cosa que ni el mismo Esteban ha hecho, han provocado que lo que llaman corazón palpite en mi interior. Por eso quiero descubrir de entre ese baile de máscaras, a ese misterioso muchacho.

A Leonardo le emocionaron las palabras. La muchacha a pesar de haber vivido en la calle, se expresaba muy sabiamente, era una mujer extraña pero a la vez extraordinaria.
Estela anduvo por la habitación hasta que algo le llamó la atención.

- ¿Dibujas? – preguntó mientras que miraba un cuaderno que sobresalía de algunas revistas viejas.

- Ilustro.

-Ah…Haber… - prendió la libreta y la abrió mientras se dirigía de nuevo al sofá. Después de unos minutos contemplando los dibujos habló. – Son…increíbles. Retratas lo real dentro de lo irreal…Asombroso.

- Gracias – dijo el aludido.

No obstante, la puerta de entrada se abrió dejando entrar a Tomás acompañado de su hermana.

Y otra vez esos ojos le recordaron a Estela el sentimiento más preciado del mundo. Esa mirada la atraía con absoluta nitidez.


Tomás abrió la puerta con la mano derecha ya que con la izquierda agarraba la de Sofía.

No le costó mucho encontrar la habitación de Leonardo, una mujer le especificó dónde era y al ser un pequeño motel, pronto supo dónde estaba la habitación de su amigo.

Al entrar en ese habitáculo con las llaves, avistó que Leonardo estaba sentado en el sofá con…ella.

Sus ojos se encontraron y otra vez se vio envuelto en una debilidad suprema.

Cerró la puerta y Sofía fue corriendo hacia Leonardo.

- ¡¡Leo!! – chilló entusiasmada la pequeña.

Éste se levantó y la acogió tiernamente.

- Hola Sofía. ¿Qué has hecho con tu hermano? - Preguntó.

- Pues fuimos a casa de papá y Tomás me dijo que me fuera al cuarto y cogiera el pijama porque hoy íbamos a dormir en una cama, ¡LEO, UNA CAMA! – La niña dirigió su juvenil rostro hacia su hermano. - ¿A que sí Tomás? – pero Tomás no la miraba a ella. – ¡Tomás! – el mecánico hacia caso omiso. – ¡TOMÁS!

La pequeña, harta de ver que su hermano no la escuchaba, encontró a quien Tomás estaba prestando atención.

Era la cantante.

Sofía creyó oportuno no interferir entre los dos.

- Leo, ¿dónde puedo dormir? – preguntó en voz queda.

Pero Leonardo hizo un gesto para que callara.

Parecía que Tomás estaba absorto en la hermosura de la muchacha. No escuchaba ni a nada ni a nadie. Era todo tan perfecto. Su oscuro cabello recogido en dos trenzas, sus finos labios color carmesí, el vestido largo que antes llevaba,... Todo cuan él había esperado del amor estaba allí, delante de él. Pero era algo mucho más intenso que el amor, ¿la pasión? ¿La dulzura? No, era algo mucho más fuerte.

- ¿Eres tú quién…? – empezó la muchacha, pero Tomás la continuó.

- Soy la persona más feliz del mundo, Estela. – Susurró Tomás.

Estela y Tomás se acercaron mutuamente; era algo extraño para los dos. Se necesitaban aunque no supieran nada, una fuerza magnética los atraía incesablemente, algo extraño y anormal hizo que los ojos de Estela produjeran lágrimas y los pies de ambos se movían al unísono. Se seguían mirando y las palmas de la mano derecha de Tomás y de la izquierda de Estela se consiguieron tocar. Era algo tierno, pero ¿qué había ocurrido para que eso sucediese? ¿Cómo podían a ver conectado de esa manera? Se decía Leonardo mientras lo contemplaba.

Y a Sofía un recuerdo le vino a la mente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario