viernes, 25 de junio de 2010

Capítulo X

Pasaron dos meses desde que Leonardo llegó a Sevilla.
Conoció a Gala, una muchacha que al principio le pareció encantadora pero al cabo de unas semanas empezaron a tener muchas discusiones, aunque a él le daba igual. Ella le había salvado la vida una vez y siempre le estaría muy agradecido.
Era ya Agosto, el calor impedía que Leonardo se concentrara en pensar. Mas lo único que había meditado había sido en Nime.
¡Oh Nime!, ahora ya no estaría en la Tierra. Había vuelto a su mundo, un mundo en el que le cortarán las alas como a un simple pajarillo al que van a comer.
Leonardo se encontraba apoyado en un pilar, mirando a través de la gran ventana.
El paisaje era hermoso; se veían los edificios, los apreciados monumentos que hacían que Leonardo indagara por su imaginación e inventara leyendas para cada uno de ellos, personas errando a través de las callejuelas,…
Sonreía para sí mismo.
“Si Nime lo viera…”
Decidió no pensar en el ángel más. Desde hacía un mes lo visitaba siempre en sus sueños, acompañada de la muchacha dorada…
En ese momento se acordó que hacía dos meses que la policía había venido, había encerrado en la cárcel al vecino de Gala y había ingresado en el hospital a su esposa. Ese día Gala le confesó a Leonardo que su madre se llamaba Rosalinda. Leonardo tenía la corazonada de estar con la hija de su amada muchacha dorada pero no se atrevía a certificar a Gala que tenía pistas para encontrar a su madre y que sabía la leyenda de ésta.
Se dirigió a la cocina y preparó el café. Pronto vendría Gala del trabajo y siempre le ayudaba con la casa. Mientras se preparaba el café recogió el salón; había trozos de pizza por todos lados, sin duda, el día anterior por la tarde tuvieron una guerra de comida.
Recogió las botellas de alcohol baratas y las colocó en un estante donde se encontraba. Era curioso pero el único que bebía era él, Gala se limitaba a tomar zumo de naranja y piña.
Hizo las camas, llevó la ropa sucia para la lavandería y una vez terminada las tareas de casa, cogió su taza de café y se echó al sofá.
Cinco minutos estuvo en el sofá saboreando el café hasta que escuchó gritos a las afueras del edificio.
Pronto se levantó y dejó la taza en la mesita de noche, se dirigió rápidamente a la ventana, pero lo único que su vista encontraba eran grandes agujeros en la carretera y en las paredes.
Agudizó el oído y escuchó ruidos y zancadas estrepitosas dentro del edificio.
El terror se agazapó de él y rápidamente se escondió debajo de la mesa, en una esquina.
Los ruidos se acercaban más hacia él hasta que un estallido hizo que cerrara los ojos.
Lo siguiente que vio fue una gran masa de pelo cobrizo y gris peleando contra algo muy parecido a una persona; solo que muy alta, con un gran cabello plateado y con tatuajes rojos por todo el cuerpo. Vestía de negro.
La masa de pelo se sostenía en dos patas, era un animal. Leonardo se dio cuenta de que era una especie de lobo, pero con rasgos de hombre.
Un licántropo.
Se movía ágilmente, como una mujer. Hizo un amago de morder al hombre, sin embargo éste se agachó, dio una vuelta sobre sí mismo y le asestó una patada en las patas del licántropo.
El licántropo chilló en forma de aullido y el hombre sonrió, pero la bestia no se daba por vencida, salió al ataque del hombre, iba hacia los pies del tatuado, pero cuando el hombre hizo un ademán de saltar hacia arriba, el lobo se incorporó dejando que él, que ya se había impulsado, chocara contra el licántropo dejando que se callera al suelo.
Ese impacto provocó un daño permanente en el oído de Leonardo, pero el chaval no podía dejar de observar la situación en la que se encontraban las dos criaturas.
El cuerpo del hombre estaba tendido cuan largo era en el suelo, y la criatura se abalanzó hacia él y mordió desagradablemente su cuello, dejando que se vertiera la sangre por todo el habitáculo y comiéndoselo trocito a trocito.
Mientras el lobo se lo comía iba empequeñeciéndose, se estaba convirtiendo en humano.
Las garras se convirtieron en cuestión de segundos en unas manos largas y delgadas, las patas traseras en unas piernas de mujer, y el torso en el cuerpo desnudo y menudo de una muchacha.
La muchacha seguía comiendo, desnuda y aterradora. Parecía no darse cuenta de la presencia de Leonardo hasta que dirigió la vista para inspeccionar la habitación, hasta encontrarse en la mirada de Leonardo.
Esos ojos marrones…
No, no se lo podía creer, ella no podía ser un monstruo, ella haría todo menos matar a una persona y luego comérsela, ella no podía ser un hombre lobo…
Ella se asustó, puso los ojos como platos y comenzó a respirar muy fuertemente como si fuera a cambiar de estado otra vez. Pero lo único que hizo fue desmayarse, con su rostro completamente manchado de sangre azul y desnuda ante los ojos de Leonardo.
Y el pobre chico lo único que hizo fue quedarse ahí, asustado e inmovilizado por lo que acababa de ocurrir…
Gala era un licántropo.

sábado, 5 de junio de 2010

Capítulo IX


Diez días más tarde….
Quince días más tarde…
…Veinte días más tarde.
Estela se encontraba en el hospital junto a Esteban. Los dos aguardaban en el pasillo esperando respuesta del doctor Milán.
- Tiene que salir de ésta – susurraba entre dientes Esteban, mirando al techo y con aire soñador.
Estela posó su mano en el hombro de él y mientras lo veía con esa esperanza sonreía para sí misma.
“Eso es lo que me gusta de ti, Esteban, tu esperanza.”
Dos horas más tarde el doctor Milán apareció tras abrir la puerta que daba a la sala de espera.
Era un hombre alto y calvo, sus ropas de la calle las cubría una bata blanca y sostenía una libreta que impedía verle la cara, cosa que molestaba a Estela ya que así no podía saber el futuro que le esperaba al padre de Esteban.
- ¿El Señor Esteban Blanco? – preguntó destapándose el rostro y mirando de un lado para otro.
Esteban, que tenía la cabeza sostenida por sus manos y éstas a la vez apoyadas en las rodillas se incorporó rápidamente y fue a estrecharle la mano al Doctor.
- Sí, soy yo.
Estela se incorporó también, vestía con una falda blanca ceñida a sus piernas y una camisa negra. Se notaba cuando ésta andaba ya que llevaba puestos unos tacones de alfiler, no podía vestirse como ella acostumbraba en un sitio como aquél.
- Su padre es Daniel Blanco, ¿no es así? – asintieron tanto Estela como Esteban. – Bueno, pues... lo siento de veras, pero su padre ha fallecido. Os doy mi pésame.
Y los brillos en los ojos de Esteban cayeron como estrellas fugaces. Creía que habría alguna esperanza, pero nada. Su padre, su progenitor, su amigo había fallecido.
Sin ese hombre, se decía Estela, Esteban no era nada. Él le había enseñado a ser lo que era ahora mismo, un hombre; y ahora había muerto, su corazón había dejado de latir y todo por una estúpida enfermedad…
Dos lágrimas cayeron en el rostro de Esteban. Sus cabellos impedían que Estela le viera la cara. Esteban asintió y luego se echó a la silla donde antes estaba esperando.
Estela seguía sin verle la cara pero algo no iba bien, su novio parecía triste pero pasados diez minutos de esa manera fue levantando cada vez más su rostro dejando al destape conmoción, dolor, soledad, y sobre todo… ira, la ira brillaba en sus ojos.
Ya no sería el mismo Esteban de siempre, se dijo Estela, ya no.


Acabo de llegar al orfanato. A mi padre lo acaban de meter preso por violar a una chiquilla de mi edad.
36 años de cárcel.
Al principio me había alegrado, pero al saber la policía que tenía dos hijos, pronto hicieron una investigación y dieron con Sofía y conmigo. Tras dos semanas de juzgado y confesando lo que nos había hecho nuestro padre y tal y cual, nos han destinado a un orfanato. La policía dice que a Estela le están buscando padres adoptivos y a mí un tutor. Hasta entonces, me quedaré aquí, inmerso en esta mierda llamado instituto, donde la comida es compota de patatas pasada y las bebidas son solo zumos de zanahoria y tomate.
Esto no me da buena espina, libretita mía.
A Sofía la han destinado al colegio, ella sí que se está integrando… O bueno, eso es lo que me informan los profesores. Pero cuando la veo por el recreo, está sola… Con una muñequita que le acababan de regalar y sola.
¡Ojalá no hubiera rejas que nos separasen! Así ella podría animarme y yo animarla a ella.
¿Por qué la vida es tan cruel, libretita, por qué?
Bueno, me despido.
P.D: Sí, sé que esto es una mariconada, eso de ir con Diarios y todo eso. Pero es de la única manera que me entretengo, esto es una mierda.

Tomás cerró rápidamente el cuaderno. Solo tenía una pequeña linterna, y al alzarla hasta la puerta de su dormitorio, divisó a una figura.
- ¿Qué, escribiendo? – era la voz de Fernan, el matón del instituto.
Tomás tragó saliva. Ya había tenido un enfrentamiento con ese tipo.
Era el típico fortachón que se llevaba a todas las tías y luego trataba como la mierda a los demás que no le hacían caso. Hace poco salía de un reformatorio para luego internarse de nuevo en ese asqueroso orfanato.
- ¿Otra vez? No quiero peleas, Fernan, tío… - intentó suplicar Tomás, pero el grandullón ya lo había cogido por el cuello y lo estampaba contra la pared.
- Te dije que esta noche iba a hacerte una visita, ¿no es así? – especuló entre dientes.
Tomás no podía respirar, intentaba dar pequeñas bocanadas de aire, pero las afanosas manos de Fernan lo impedía.
Se quedó vagamente inconsciente a pesar de que al poco rato Fernan se fuera riéndose a carcajadas y llamándolo maricón.
No iba a ser un año muy bueno para Tomás.
Nada bueno.


Tacones negros, medias de rejilla negras, falda y camisa negra y un gorro negro.
El 28 de Junio llovía a pesar de ser verano.
Alguien había muerto…
…Y ese alguien era, quizás la persona más importante de la vida de muchas personas.
Ese mismo día era su entierro. Unas veinte personas asistieron a la celebración.
Estela bajó de un coche que seguía al vehículo funerario. Abrió su paraguas negro y cubrió también a Esteban, que se encontraba ya a su lado.
“Ya no tiene esperanza en su vida… Ahora solo lo consume la tristeza” Se dijo Estela mientras lo miraba fijamente a los ojos.
Sacaron el ataúd y se dispusieron a llevarlo a cuestas hasta el lugar indicado para enterrarlo.

El cura se puso delante de un atril y comenzó a dar el sermón mientras los demás se despedían por última vez de Daniel Blanco, alias el Soñador.
Después de predicar el sermón dejó que sus seres queridos citaran algunas palabras.
Primero iba Esteban. Se apartó del lado de Estela rozándole los dedos cariñosamente, andaba despacio, como si tuviera un gran peso de encima. Subió unos escalones y se aclaró la voz.
- He aquí uno de los mejores hombres de la tierra, Daniel Blanco. Como todos sabréis, era mi padre… Era un padre que siempre luchaba, a pesar de, de, de las circunstancias. Siempre acogía una idea, una idea esperanzadora. Él era… - suspiró – él era el todo. “La parte por el todo” siempre me decía cuando me pasaba algo. Recuerdo cómo me cuidaba cuando era un niño, cómo absorbía la música, el arte, la pasión… Él era, es y será un Soñador.
Al terminar sus palabras, bajó rápidamente la cabeza y se dirigió hacia su hermana, Sonia, de tan solo quince años. Estaba llorando como una magdalena, no podía ni con su propio ser…
Pero, antes de que Sonia subiera al atril y comenzara a decir sus palabras, un gran estrépito inundó el cementerio.
De pronto un chillido se alzó en el oído de Estela. Ésta algo asustada dirigió la mirada rápidamente hacia donde había provenido tal estrépito…
El cuerpo de un niño, rubio y con ropas negras, yacía muerto en medio de un camino dentro del cementerio.
La que parecía ser su madre chilló; todo el mundo se fue hacia el cuerpo inerte del niño y empezaron los llantos, los chillidos, el dolor, el sufrimiento… Estela no se lo podía creer, primero Daniel, ahora un niño pequeño, ¿y luego?
- ¡Roberto, hijo mío! ¡DESPIERTA! – le gritaba su madre entre llanto y llanto al niño, que era acunado como un bebé por ella.
Pero él no respondía, solo parecía estar dormido… Tenía rostro de ángel, de un ángel hermoso.
La madre del niño lo acunaba, aplastaba su rubia cabecita contra su pecho. Lloraba y gritaba “¿por qué a mí señor?”
Estela se acercó para poder ver mejor la situación en la que se encontraban todos. Empujaba y apartaba cuidadosamente a la gente, tenía un presagio, una premonición que le indicaría la causa de la muerte del pequeño niño rubio…
Y encontró la causa.
Se acercó más a la mujer que sostenía al niño, se agachó y señaló su cuello.
- Tiene una mordedura de algo… A lo mejor será una araña que lo habrá envenenado… - Decía con voz entrecortada y triste.
Pero la mujer seguía llorando y hacía caso omiso de la pobre Estela, no obstante un hombre se acercó para ver esa mordedura. Estela observó cómo se acercaba, tenía un andar peculiar, parecía como si estuviese andando en medio de las nubes, en paz. Vestía con un sombrero de copa negro y un gran abrigo del mismo color que impedía ver lo demás. No se le podía ver la cara desde esa perspectiva, pero al acercarse más, Estela analizó que su tez era blanca como la nieve y sus ojos eran escondidos por unas gafas negras.
Tuvo un escalofrío.
- No es de una araña, señorita. – Decía mientras se agachaba para ver la mordedura del cuerpo. – Es de otro animal. – El completo desconocido se quitó las gafas y dejó al descubierto unos ojos negros. Sonrió pícaramente. – Es de un vampiro.
Y de repente, todos los vampiros camuflados en atuendos negros salieron a la intemperie y comenzaron una gran y desgarradora carnicería.




Estela intentó apagar de un empujón al vampiro que dio la señal. Pero él no la dejaba en paz.
- Tranquila – decía sonriente – no te voy a hacer daño. Solo quiero beber un poco de tu… - dirigió la mirada a un niño que se encontraba solo, sin padres y llorando. – Ahora vuelvo, preciosa, no te muevas de aquí. – Y le plantó un beso en los labios. Un beso desagradablemente dulce.
Él la soltó y nada más dejarla sola empezó a buscar a Esteban.
No lo veía por ninguna parte. Empezó a correr apartando a la gente y evitando a los vampiros, que devoraban los cuellos de los débiles humanos.
Cruzó delante de un arbusto aturdida y algo agarró su brazo. Intentó desasirse de él, pero era muy fuerte y la arrojó dentro del arbusto.
Comenzó a gritar y a patalear, sin saber quién era el vampiro que la iba a matar. Pero le tapó la boca con la mano y le susurró al oído:
- Soy Esteban, cállate o nos descubrirán. – Sentenció éste.
De pronto la adrenalina que invadía a Estela fue bajando y pudo mantenerse en silencio a pesar de su respiración. Aguardó unos minutos y cuando pudo estar más tranquila, se echó a los brazos de Esteban, rodeándole y besándole en los labios.
- Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero… Estás a salvo, no has muerto. – Un peso se le calló de encima, estaba aliviada.
Pero Esteban no estaba concentrado en Estela, sino en el cuerpo que sostenía.
Era Sonia.
- Está mal… - susurraba mientras veía a su hermana y notaba que también ella la miraba, que estaba aguantando los chillidos y agarrando la mano de Esteban y haciéndole un poco de daño.
Esteban estaba llorando. No podía más con su alma, no podía perder a la única familia que tenía… Ahora no. Le quitó un mechón de pelo a su hermana mientras la veía tristemente; ella sufría demasiado, estaba sudando.
- No… No… ¡No puedo respirar! – susurraba gritando la chiquilla.
- Aguanta, aguanta – Estela agarró la mano de Sonia y sintió dolor. La adolescente tenía una fuerza inhumana.
Pero el ambiente no era agradable. Esteban estaba muy triste, Estela estaba sobrecogida y Sonia… Sonia o bien moría o bien…
- Está transformándose, he leído mucho sobre vampiros – espetó Esteban con ira.
Sonia seguía aguantando los chillidos y diciendo: me duele, me quemo, me muero, repetidamente. Pero después de repetirlo cinco veces se quedó en silencio.
Su mirada ahora no estaba llena de dolor, ahora miraba hacia la nada.
Había muerto.
Todo se derrumbó para Estela. Todo para ella era oscuridad, sangre, dolor. Miró a Esteban, éste escondía su rostro con sus cabellos castaños. Miraba a Sonia y lo único que hizo fue cerrarle los ojos a su hermana con sus dos dedos.
Posteriormente miró a Estela y ésta sintió miedo al mirarlo a los ojos.
Era fuego, pura ira. Rencor, odio, desesperación, dolor y desamparo se encontraban en esos ojos verdes.
- Veinticinco años de trabajo. Siempre teniendo sudor en la frente y buscando mi felicidad y la de los míos. – Sus lágrimas parecían sangre en vez de agua salada y añadió– y ahora, después de conseguir mi propósito, prometerme con la mujer que amo y ver a mi hermana y a mi padre felices porque tenían una vida estable… Todo se derrumba. Mis seres queridos han muerto y ahora todo ha muerto. Yo he muerto junto a ellos… - sentenció con rencor. – Juro por todo lo más valioso que tengo ahora en este mundo, que todo responsable de la muerte de mi hermana lo pagará. Lo pagará caro. Mataré a cada uno de todos los vampiros que haya en este mundo. Lo juro.
Estela en ese momento sintió miedo.
Mucho miedo.

domingo, 4 de abril de 2010

CAPÍTULO VIII

Estela se encontraba embargada en la melancolía; pronto la iba a recoger su novio, y aunque no conociese de nada a Tomás y Leonardo la hubiese asustado, la pequeña niña había hecho que ya no se sintiera sola. Tampoco tenía ganas de la misma rutina…Pero…
“Puedo decirle a Esteban que me deje hasta mañana aquí para saber más sobre Rosalinda…”
Estela se disculpó un momento y rápidamente se levantó del banco para dirigirse a la fuente.
- ¡ESTELA! Qué alegría que me llames. ¿Cuándo quieres que te recoja? ¿Te han hecho algo esos dos?...
- Es, Es, tranquilo cariño. Todo va bien, no pasa nada. Sólo te llamaba para decirte que quiero quedarme un poco más aquí, con ellos. Parece que saben más de lo que creía sobre Rosalinda...- Intentó utilizar la voz seductora que siempre empleaba para que Esteban la dejara en paz.
- Bueno… Te recojo esta tarde a las nueve, ¿de acuerdo?
-¿Pero a qué tanta prisa? – Estela empezaba a preocuparse por el tono de voz de Esteban.
- Mi padre está ingresado en el hospital, me necesita; soy la única familia que tiene. Tenemos que marcharnos pronto.
Al oír aquello, la cara de Estela era como un trozo de estalactita congelada.
- ¡Cuánto lo siento! Si es así, recógeme ahora, tengo que estar contigo en estas circunstancias. No quiero que lo pases mal en estos momentos.
Unas gotas de agua salada recorrían los pómulos de la cantante. Para ella el padre de Esteban era como su propio padre. Fue él quien le compró una nueva guitarra y fue él quien le dio un dormitorio cuando estaba enferma.
- ¿Dónde estás?
- En… Estoy en la fuente de la pequeña plazoleta.
-De acuerdo… En veinte minutos estoy allí, ve a recoger tus cosas y allí te esperaré. Te quiero.
Antes de Estela responderle, Esteban colgó.
La chiquilla volvió sobre sus pasos para caer sobre el banco al lado de Tomás. Ahogó un suave suspiro en la garganta y cerró los ojos.
- Algo malo te está pasando… - Inquirió Tomás.
- Algo malo me está pasando…Sí… Pero si no es molestia, prefiero no hablar sobre eso. Dentro de veinte minutos me vienen a recoger y gracias a Dios que ayer me acosté vestida, porque si no, tendría que volver a tu casa. Y con lo que acabo de presenciar, no es bueno encontrarme con ese tipo.
Los dos se miraron y Estela sintió angustia en los ojos de Tomás.
- Bueno, si así lo deseas, vete. Pero al menos dame algo para que podamos comunicarnos…
- ¿Algo así como mi número de teléfono? – Estela indicó burlona su móvil y a Tomás se le iluminó la cara.
- Sí, por favor.
La cantante sacó de su bandolera un pequeño cuaderno y un bolígrafo. Arrancó una hoja de éste y con el bolígrafo apuntó el número. Posteriormente, se lo entregó a Tomás.
- Ahí está. Bueno, será mejor que te vayas pronto o hagas como si no me conocieses. Pronto vendrá mi novio y no quiero que nos vea juntos. Es muy celoso.
El adolescente se despidió dándole un beso en la mejilla de Estela y luego se fue corriendo hasta Dios sabe dónde. La muchacha contempló al joven correr y sonrió.

- Sé lo que es… Sé lo que es… - repetía Leonardo para sí. – Pero ¡Es de locos! ¡Como una niña puede ser un ángel! Es una cosa tremendamente ridícula…
Mientras se contradecía daba vueltas por la habitación. Sofía lo contemplaba risueña. Le hacía gracia que después de haberle contado porqué estaba allí, todavía no se lo creyera.
- ¡VAMOS A VER! ¿Cómo puedes haber vivido dos siglos? ¿Y por qué te has reencarnado en una niña de cinco años?
- Ya te lo he dicho, Leo, si me ves con forma de ángel, apreciarás algo sobrenatural. Mi verdadera apariencia es de un ser joven, pero a la vez extraordinaria. Desde que nací me encomendaron una misión; y esa misión era encontrarte. ¿Por qué? No lo sé. ¿Cómo? Ya lo he descubierto. Te he encontrado… Pero lo malo es que me tendré que ir pronto… A lo mejor dentro de un mes…
El pequeño ángel se levantó y fue corriendo a Leonardo. Él, a pesar de estar todavía conmovido la acogió entre sus brazos y la meció.
- ¿Por qué te tienes que ir?
- Porque mi misión aquí ha terminado… Te he encontrado y has descubierto mi apariencia. La verdad es que me gustaría haberme quedado un tiempo más aquí… Cinco años han sido poco... Pero bueno, las cosas son así… En un mes me iré a los cielos donde allí seré un verdadero ángel, pero quiero aprovechar estos últimos treinta días para pasarlos junto a ti. Te he cogido cariño y tu aura es demasiado perfecta para ser de un humano, es una cosa que me atrae de ti.
Las lágrimas cegaban la vista a Leonardo. Sofía era un pequeño pedacito de su corazón. Le había cogido muchísimo cariño en los dos días que había convivido con ella. Era tan hermosa y pequeña. Era tan graciosa y alegre…
- No llores Leo – suplicaba Sofía – serán los treinta mejores días de nuestra vida.
- Al menos… ¿Cuál es tu verdadero nombre?
La preciosa sonrisa de la niña aumentó más y más. Ahora se notaban todos sus perfectos dientes. Alzó su cuerpecito al oído de Leonardo y le susurró:
- Mi verdadero nombre es Nime.
Nime, Nime, Nime>> Repetía su pequeña vocecita en el interior de Leonardo.
- Es un nombre precioso… ¿Qué significa?
- Seguidora de sueños. Mis padres me pusieron ese nombre porque al nacer mis ojos le expresaron todo cuanto ellos querían.
- ¿Y lo he descubierto yo? Sólo he visto el mar en tus ojos… Es algo que todo el mundo lo ve.
- Sí, pero tú no has visto mis ojos de ángel. Sólo los de un humano. – Dijo su voz de ángel.
Hacía más de una hora y media Leonardo había descubierto que existía la magia. Hacía una hora había comprendido lo que la pequeña niña había intentado demostrarle que era. Hacía media hora había sido succionado por el terror y el dolor de ese mundo tan extraño. Sólo le faltaba una cosa…
- ¿Entonces la muchacha dorada también es un ángel?
La niña negó.
- ¿Qué es, pues? – la conversación que estaba manteniendo le atraía cada vez más.
- Es una sirena. Una sirena que nunca ha podido escapar de la tierra y que cuando se enamoró pudo escapar. ¿Por qué crees que sólo la encuentran en la costa? ¿Y por qué cautiva a los marineros? Es por su canto de sirena.
Leonardo se quedó asombrado y la niña agregó riéndose.
- Hasta un tonto lo sabría.
- Pero… Me habían dicho que era un fantasma… Los vagabundos del pueblo… - Dejó a la niña en el suelo y se echó estrepitosamente en la cama.
La pequeña niña comenzó a moverse por la habitación. Sus movimientos de adulto le daban toques cómicos a su cuerpo tan juvenil. Se pasó una mano por el mentón y luego, riéndose de nuevo, habló:
- Pero qué iluso. ¿No sabes que hay por aquí algunos magos? ¿Y tampoco sabes que los magos son unos mentirosos? ¡Cuánto te queda por aprender, amigo mío!
La pequeña niña había empezado a mostrarse más como ella misma. Un tanto delicada, pero fuerte en carácter. Algo que sin duda le gustaba a Leonardo.
De nuevo, el humano se quedó callado, y comenzó a pensar en esa sirena que lo había cautivado.
Su curiosidad era plena respecto a esa sirena. Necesitaba averiguar su pasado, necesitaba saber más sobre ese desconocido del que ella se había enamorado…
¿Quién era Rafael?
¿Por qué se había enamorado de él?
Quería respuestas y a la vez necesitaba verla de nuevo. Necesitaba besarla como la última vez...
Se acordó de algo.
- ¿Leo, qué te pasa? – Nime veía que Leonardo buscaba una cosa en su ropa. - ¿Qué buscas?
Pero él hacía caso omiso de ella.
- ¿LEO?
“Y sigue en su mundo. ¿Este hombre siempre será así?”
- ¡¡LEO!!
Por fin dejó de buscar y miró a la pequeña con unos ojos abiertos de par en par.
- ¿Puedo ayudarte? – preguntó el ángel con una voz tan encantadora como las amapolas en primavera.
- Estoy buscando el papel que me dejó Rosalinda. La única vez que nos vimos me dejó su dirección. Ayúdame a encontrarla.
Nime suspiró.
- ¿Todavía sigues con esa sirena? ¡Pero si no te ama! ¿No ves que su alma está entregada a ese sevillano? – Se cruzó de brazos y frunció las cejas.
- ¿Quieres vivir tus últimos días aquí aburrida o prefieres tener una aventura en una maravillosa ciudad descubriendo un secreto que nunca ha sido revelado? – Dejó de mirar a la niña y volvió a buscar ese papel hasta que… - ¡LO ENCONTRÉ!
Rápidamente tiró todas las cosas que estaban encima de la mesa y depositó ahí el papel. Se sentó y rápidamente abrió la hojita.
- “Calle Segovia número treinta y nueve. Sevilla.” ¡PERFECTO! Algo sé. Y dime So… digo, Nime. ¿Quieres vivir una aventura?
Miró al ángel, pero Nime estaba… ausente.
Ella nunca se había dado cuenta cuando alguien le importaba o no. Y lo peor de todo, nunca se había dado cuenta que a pesar de treinta días, no haría nada. Simplemente se comportaría como una niña de cinco años al lado de su hermano Tomás y no podría descubrir nada; no viviría mundo alguno. Necesitaba salir de allí. Era un pobre pajarillo el cuál le han cortado las alas y se encuentra ahora en una jaula maloliente.
Quería la libertad. Quería volar. No quería convertirse en un simple ángel que viviría su eternidad en los cielos, aburrido y sin alas…
Nime sonrió y pronunció:
- Iré contigo con o sin alas.

Tomás iba en dirección al motel. Iba a paso ligero y un presagio le vino a la mente. Tenía miedo por Sofía, pero también por él. Leonardo se había convertido en un monstruo y él se había largado sin su pequeña hermana.
- Soy un fracaso. – Susurró.
Llegó al motel y antes de entrar a la habitación, escuchó la voz de Leonardo. Posó su oído en la puerta y pudo escuchar mejor la conversación:
- ¿Cómo vamos a decírselo a Tomás? – era la voz de Leonardo que parecía muy agitada.
- Mmmm… Tenemos que hacer algo y rápido. No quiero que se dé cuenta de lo que soy. – Ahora era la voz de Sofía la que hablaba…Pero parecía tan diferente…
- Tienes que venir conmigo sea como sea, Nime. Quiero que vivamos los últimos días que estés aquí felices. Eres lo más parecido a una amiga que he tenido.
Antes el miedo recorría sus venas, ahora la ira era lo que provocaba a Tomás.
Empujó fuertemente la puerta y se echó encima de Leonardo.
- ¡Cabrón! ¡Es una niña, secuestrador de mierda! No le toques ni un pelo ¿Vale? ¡NI UNO! – Gritaba furioso. No quería que su pequeña hermana fuera secuestrada por el que había tomado como amigo.
Comenzó a pegarle, y a pegarle y a pegarle. Pero Leonardo no oponía resistencia.
- No…No es lo que tú piensas… Tomás… - Intentaba decir Leonardo.
- ¿¡ENTONCES QUÉ QUIERE DECIR “TIENES QUE VENIR CONMIGO SEA COMO SEA”!? ¡JODER, TIENE CINCO AÑOS!
Tomás seguía pegando a Leonardo. Le había dejado el ojo morado y su boca estaba cubierta por una capa de sangre. Tomás seguía pegándole pero algo pasó para que sintiera lástima por Leo. Él lo había mirado. Leonardo había mostrado en sus ojos que era inocente de cualquier culpa. Tomás dejó de pegarle y llamó a Sofía para luego cogerla de la mano y dejando a Leonardo solo y fatigado. Medio muerto y en el suelo.
Leonardo presenció un sueño que duraría mucho tiempo. Le invadieron esos ojos dorados con los que él tanto tiempo había soñado.

Despertó en una sala blanca. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el techo, blanco.
Notó que la cama era mullida y se intentó levantar pero una fuerza mayor que la de él impedía que se levantara.
- Está muy mal para levantarse, Leonardo. – Decía una voz femenina.
La mano de esa mujer estaba posada en el pecho de Leonardo e impedía que se moviera.
Leonardo, cansado de sus inútiles esfuerzos cayó otra vez en la cama y en su brazo derecho encontró un tubito inyectado en éste que daba lugar a una bolsita de suero colgada de una especie de percha de metal. Cerró los ojos de nuevo.
- ¿Dónde estoy? ¿Quién eres? – preguntaba aún dolorido.
- Estás en el hospital. Estaba en mi habitación cuando oí ruidos que venían de su habitación. Encontré la puerta abierta y la curiosidad cegó al miedo. Abrí la puerta y le encontré malherido en el suelo. Llamé corriendo a una ambulancia. Ha estado en coma casi seis días. – Leonardo escuchaba con atención a la mujer. Su voz era melodiosa y dulce; tan dulce como una manzana cubierta de caramelo.
Todavía no había podido descubrir el rostro de su salvadora, pero a pesar de desconocerla, se atrevió a preguntar:
- ¿Ha estado usted conmigo estos seis días?
- Sí.
-Gracias, pero no debería de haberlo hecho, tendría que haber pasado unos agradables días en vez de estar aquí, cuidando a un desconocido. A parte, seguramente vendrá acompañada y su acompañante querrá estar con usted.
- Vengo sola, y al verlo tan mal en la habitación he comprendido que necesitaría de mi ayuda. Me da igual que sea un absoluto desconocido, mientras que mi ayuda sea útil para los demás estaré feliz. No tiene que preocuparse por mí. – Su voz era la más melodiosa que había escuchado Leonardo en toda su vida. Era una voz perfecta.
Decidió abrir los ojos y descubrir quién era su salvadora.
Y se encontró con unos grandes, no, grandísimos ojos color chocolate. Finas tiras negras adornaban su iris y unas grandes pupilas lo contemplaban. Esos ojos estaban seguidos de una nariz no muy atractiva pero sí perfecta en torno a su rostro. Sus labios, gruesos y color carmesí sonreían. Era morena, muy morena. Y preciosa. Sus cabellos negros estaban recogidos con un moño estilo japonés. No era enteramente hermosa, pero sí bonita.
A ojos de Leonardo no habían pasado más de treinta milésimas…

- ¿Le he asustado? – preguntó dejando de sonreír.
- No, no es eso. Es que tiene los ojos demasiado grandes.
La muchacha comenzó a reír y se levantó, Leonardo vio una silueta delgada y cubierta por unos pantalones negros y una camiseta también negra.
- Voy a comunicarle al doctor que se ha levantado. Me dijo que si se levantaba que le avisase para darle de alta.
Abrió una pequeña puerta y con mucha gracia salió de allí dejando un olor extremadamente tropical.
Leonardo intentó levantarse. Todavía le costaba un poco respirar, pero podía moverse. Se incorporó lentamente y dejó su espalda recostada contra la pared. Pensó en la muchacha morena. No le había gustado que se hubiese ocupado de él. Él era una persona independiente y no necesitaba ninguna ayuda de nadie. Pero quería agradecerle que la hubiera salvado y que fuera muy valiente.
Tras pasar cinco o diez minutos, la muchacha vino tras el que parecía ser el doctor.
Leonardo se dio cuenta de que era bajita, pero se movía con mucha gracia y con una sonrisa en sus gruesos labios.
- Mmmm… A ver qué tenemos aquí. – El doctor se sentó en la cama y tomó pulso a Leonardo, luego le miró la lengua y los oídos. Al terminar de inspeccionar, el doctor le dijo a la muchacha y no a Leonardo que cuando terminara de arreglar unos papeles le daría el alta.
- Gracias. – Pronunció la joven.
El doctor se marchó y dejó cerrada la puerta. La joven miró por un momento a Leonardo, sonriente. Y luego se dirigió dando saltitos a la ventana.
- ¿Qué le ha dicho para que la deje estar aquí, conmigo?
- Que era su amiga. Antes de llamar a la policía decidí mirar su cartera para descubrir su nombre, Leonardo. – Explicó con su dulce voz.
- Genial… Espero que al menos no me haya robado.
- Tranquilo, eso no lo he hecho. ¿Ha visto la preciosa mañana que hace hoy? Perfecta para pasear por el parque, ¿no le parece?
- No la puedo ver…
Al recordar otra vez a la pequeña Nime, la pólvora de su corazón se aferró más a él. Sintió una aguda punzada dentro de su ser. No podía seguir con ese sentimiento. Necesitaba irse ya de esa ciudad… Ya…
- Gracias por su ayuda, pero al darme de alta no nos volveremos a ver. – Manifestó Leonardo con un poco de pena.
- ¿Por qué? No puede ir así solo. Si las malas personas lo ven así, será mejor que corra porque querrán robarle. No permitiré que le pase eso, yo lo acompañaré. Total, para la necesidad que tengo yo de estar aquí…
A Leonardo le irritaba la compasión, no podía con eso. Pero la muchacha hacía que se sintiera alegre… Era como una burbuja que hacía que todo cuanto esté junto a ella fuese alegre.
Pasaron un larguísimo tiempo sin hablar, tanto tiempo fue que llegó la noche y se durmieron y por la mañana vinieron las enfermeras para quitarle el suero y el médico para darle de alta. Leonardo podía caminar, pero con ayuda de unas muletas, parecía ser que Tomás le había pegado unas cuantas patadas en sus ahora inútiles piernas.
Por fin salieron del hospital, Leonardo se sentó en un banco y respiró aire. ¡Hacía tanto tiempo que no lo presenciaba!
- Bueno… Pues… ¿Qué prefiere: comer en un restaurante o comprar comida rápida y comérnosla en algún parque?
La joven estaba apoyada en la farola mirando a Leonardo; éste se encontraba en un entorno que nunca antes había visto.
- ¿Dónde estamos? ¿Y mis cosas? – Se acordó del “corazón” de su inofensiva madre y sintió un escalofrío.
- Estamos en Sevilla. Sus cosas están a salvo. – Dijo la dulce voz de la muchacha.
- ¡¿CÓMO QUE ESTAMOS EN SEVILLA?! ¿¡No se da cuenta que no es bueno estar en un sitio desconocido!?
Leonardo no se creía la seguridad de esa mujer.
- Se encuentra con un desconocido medio muerto, lo lleva a un hospital de Sevilla, y digo yo: ¿Por qué no a uno de Cádiz? ¡Encima, estamos en un sitio desconocido y está tan campante! No sé si es mejor que me hubiese quedado medio muerto o haberla conocido.
La muchacha se dirigió al banco y se sentó al lado de Leonardo. Lo miró con esos grandes ojos marrones y sonriendo. Su flequillo degradado impedía ver su frente y no parecía llevar ningún sarcillo.
Esa mirada provocaba que Leonardo se desorbitara, ya no sabía si tenía razón o no.
La joven mujer pronunció muy dulcemente:
- Leonardo, Sevilla es mi ciudad, y le traje a el hospital Santa Diana porque al llegar al más cercano de donde nos situábamos antes, no podían ayudarle, el hospital a dónde fuimos estaba lleno de personas mal paradas. Lo más cercano a ese hospital era Sevilla, así que llamé a una ambulancia de este hospital. Mientras hacían el trayecto, yo recogía todas sus cosas. Se quedará en mi apartamento hasta que se encuentre mejor.
Leonardo asintió embobado con la hermosa mirada de la muchacha. Ésta dejó de mirarle y se levantó ayudando a Leonardo a levantarse también.
- Y bien… ¿Ha elegido algún sitio para quedarnos a comer? Parque o restaurante.
- Restaurante… Prefiero estar rodeado de personas civilizadas ya que usted es un poco…
- ¿Rara? Sí, ya me lo habían dicho antes. – Y le guiñó un ojo a Leonardo.
Anduvieron por unas calles muy soleadas, la salvadora de Leonardo andaba danzando y Leonardo intentaba andar lo más ágil posible, pero todavía tenía un poco de dolor en la rodilla derecha.
El hombre pudo presenciar todo un mar de preciosidades en esa ciudad. Estaban en el casco antiguo y el asfalto estaba lleno de piedras pegadas unas junto a otras. Veía carruajes de caballo donde dentro estaban extranjeros abanicándose. Los niños corrían por la acera y algunos perros vagabundos estaban dormidos. Allí olía todo a naranjo. Todos los árboles eran naranjos.
- ¿Es esa la giralda?
La muchacha asintió.
- ¿A que es bonita?
- Es hermosa… Al igual que la catedral, claro está.
Anduvieron un poco más y pronto se encontraron con un pequeño restaurante. Parecía cutre, pero se respiraba un olor agradable a comida.
- El suero no se compara en nada con esto. – Dijo Leonardo divertido.
La muchacha rió.
- Pues no. ¡Mira! Ahí hay un sitio. ¡Siéntate corre! Antes que nos quiten el sitio.
Los dos se sentaron al lado de un gran ventanal que daba una bella vista; una fuente resplandeciente y grande, el agua caía a borbotones ágilmente.
El muchacho se dio cuenta que desconocía el nombre de la bella chiquilla. Bueno, más bien… No sabía nada de ella. A pesar de la alegría que emanaba de ella, era un tanto misteriosa. Pero su ignorancia le daba igual. No necesitaba un nombre para la chiquilla, tampoco quería saber algo de ella. Ella ya vería oportuno revelárselo. Tampoco quería tutearle, así que prefería hablarle de usted.
- ¿Y cómo que voy a quedarme a dormir en su casa?
- ¡Mire la carta! Hay unos platos verdaderamente deliciosos aquí. – Hizo una señal para captar la atención del camarero. Un joven adolescente se dirigió a la mesa, parecía estar bastante nervioso. Leonardo se acordó de Tomás al ver que ese muchacho no podía apartar la vista de la dulce muchacha. – Quiero un refresco de limón y creo que pediré salmón ahumado.
- ¿Y… qué desea el…caballero?
- Creo que pediré lo mismo que la señorita.
- De acuerdo. – Logró decir esa frase sin ningún tipo de obstáculo.
El chaval se retiró asombrado por la sonrisa tan encantadora de la acompañante de Leonardo.
- Y bueno… Mientras esperamos a ese delicioso salmón, ¿qué tal si jugamos a un juego?
- No me ha respondido a mi pregunta.
- Perdone mi falta de atención… ¿Podría repetírmela? – Miraba a Leonardo con ojos apasionados, como si fuese un águila que acababa de encontrar a su presa.
Leonardo estaba impresionado con esa mirada. Era tan bonita…
- Mi pregunta es cómo vamos a dormir. Si le es posible contestármela. – Intentó mostrar una voz seductora, algo que no se le daba nada mal. Parecía un hombre que aparentaba mucha más edad, como unos treinta. Era todo cuanto las muchachas podían desear, solo tenía un defecto: la soledad.
- Pues, respondiendo a su pregunta, me parecería bien dejarle dormir en mi cama. Está bastante herido como para dejarlo en el sofá. Yo me quedaré allí si no le importa. – La gracia que tenía la mujer contando todo era inmensa, parecía que sus manos hablaban ya que siempre las gesticulaba.
- Ni hablar, no dejaré que duerma en un sofá y yo en su cama. Me parece irrespetuoso, algo que no estoy acostumbrado a hacer.
- Si se detiene a pensar es mejor para su salud. Yo estoy en buena forma, además son dos o tres días los que usted va a tener que estar en mi cama. Luego podrá quedarse a dormir en el sofá si así lo desea. – La persuasión era un afecto que tenía, era algo que la muchacha dominaba a la perfección.
- Si así lo desea…
Comieron en silencio de nuevo. Parecía que aunque la muchacha se mostrase charlatana, respetaba la quietud. A Leonardo le gustaba que no le hubiese preguntado nada sobre su pasado, no era una chica cotilla.
Terminaron de comer y pagaron la cuenta. Pasearon por la calle Sierpe y entraron en una gran librería.
La librería era inmensa. Había dos plantas enteras de libros para adultos, y la última estaba repleta de libros juveniles e infantiles. Leonardo distinguió muchas estanterías y carteles donde ponía “Novedad” o “Mitad de precio”. Sin lugar a dudas ese era el sitio de la joven acompañante de Leonardo. Al entrar los ojos se le iluminaron como las linternas en una cueva. Ella comenzó a recorrer la estancia con los ojos abiertos. Le gustaba estar entre libros, algo que Leonardo apreciaba.
- ¿Te gusta leer? – inquirió la muchacha cuando por fin se paró en una estantería y él la había seguido.
- No me desagrada siempre y cuando sea novela negra.
- Mmmm… Así que te gusta la novela negra… ¿Sherlock Holmes quizá? – La chica paseaba su pequeña figura por cada uno de los libros, encontró uno que le llamaba la atención; lo cogió y rápidamente leyó la sinopsis como si tratara con indiferencia a Leonardo.
- Muy visto. Ahora estoy interesado en las novelas suizas, están bastante bien. Sólo que siempre tratan de los mismos casos: violaciones, prostituciones o todo tipo de hecho sexual ilegal. – Leonardo estaba bastante interesado en la conversación que mantenía con su acompañante, no eran el tipo de conversaciones que siempre tenía con todo el mundo. - ¿Qué tipo le va a usted?
- Ahora estoy interesada en la fantasía juvenil. Me hace recordar cuando era niña. También estoy interesada en los clásicos como “Frankestein” o alguna de mi amado Shakespeare. Soy de clásicos, no de novedades.
Los dos rieron al unísono.
- Entonces le gusta leer… - la chica asintió. – Y eso me da a entender que escribe ¿cierto?
- Poemas, sólo poemas. No soy muy imaginativa como para inventarme una novela entera. – Dejó el libro en la estantería y vuelta a la búsqueda de otro que le llamase la atención, se topó con el alto cuerpo de Leonardo. – Vaya, tengo que mirar mejor por dónde voy.
Leonardo se apartó y sonrió al ver a la chica en su mundo. Desperdigada ante tanta multitud de libros. No sabía nada de ella, pero le gustaba su forma de pensar y actuar; indiferente y alegre.
- ¡POR FIN LO ENCONTRÉ! – Gritó entusiasmada a Leonardo. Éste, con una sonrisa pronunciada, llegó hasta ella para ver el libro que había elegido.
- “El vestido de plumas”. Nunca lo he escuchado…
-¡Claro que no lo ha escuchado! ¿Sabe cuándo se hizo este libro? ¡Hace cincuenta años! Si busca por internet seguramente no encontrarás ninguna reseña de él.
- ¿De qué va?
- De la historia de amor entre una japonesa y un francés después de una guerra. Parece interesante. Bueno… ¿Nos vamos?
Leonardo asintió. La pequeña joven pagó muy ilusionada el libro y paseó como un niño pequeño al que le habían comprado una piruleta: bailando.
- ¿Qué quieres que hagamos? – preguntó la chica.
- Son las ocho de la tarde, será mejor que lleguemos a su casa. Habrá que cenar.
- ¡De acuerdo! ¡Rumbo a casa, mi capitán! – Y como una niña pequeña, comenzó a correr con una mano a delante.
Leonardo pensó que estaba loca, pero a la vez le gustaba esa alegría. No es que se sintiera como un padre porque sabía que ella era madura, pero le gustaba ese toque de descaro.
Sonrió mientras la joven hacía el tonto y al ésta cansarse, se echaron unas risas.
Llegaron a un edificio muy viejo y destartalado. Pintadas recorrían los muros de éste y las viejas asomadas por los balcones hablaban a gritos con sus vecinas.
- Hemos llegado… - Añadió con un suspiro. – Bienvenido a mi hogar…
Entraron en el recinto. El pasillo olía a pis de gato. Era bastante asqueroso.
Leonardo distinguió que un hombre bastante fornido intentaba sacar a la fuerza a una mujer embarazada. La cogía de los pelos y la pobre estaba quejándose a gritos.
El chaval no podía soportar esa escena. Rápidamente saltó por detrás de ese hombre. Le dio una patada en la espalda y luego le cortó la respiración con un puñetazo en la nuca, el hombre se desprendió inconsciente.
- ¿Está bien? – preguntó Leonardo a la pobre mujer.
Ésta asintió.
La poeta se apresuró para acoger a la mujer porque tarde o temprano iba a desmayarse.
Al suceder ese acto, la joven le dijo a Leonardo que la llevara a su casa porque ella iba a llamar a la policía.
- Sucede mucho por este barrio. – La chiquilla hablaba mientras intentaba coger a la embarazada. – Llama al ascensor, por favor.
Leonardo pulsó el botón y pronto la puerta de un antiguo ascensor se abrió.
- ¿Cómo es que vive en este lugar entonces?
Los tres entraron en el estrecho ascensor y la poeta apretó el número ocho.
- Porque era un piso muy barato. Se lo compré a un viejo loco que estaba ya a punto de morir y no me puedo permitir el lujo de vivir fuera del centro.
- ¿Por qué no vive con sus padres? – inquirió Leonardo.
- Pues porque no existen para mí. Así de claro.
Hubo un silencio mal deseado. Las puertas del ascensor chirriaron al abrirse y pudieron entrar en la casa de la chica.
El apartamento era perfecto. Una pared era solo ventana y aunque no tuviera mucha intimidad las vistas eran preciosas. Había muchas estanterías llenas de libros y Leonardo no encontraba ninguna…
La chica llevó a la embarazada a su dormitorio. Luego se aproximó al teléfono donde marcó el número de la policía. Habló un par de minutos con ellos.
- Vendrán en poco tiempo. Ah, si quiere tele váyase a algún bar. Yo no la veo, es gasto de electricidad. – Sentenció la mujer. – Ah, y por cierto. ¿Le gustan los perros?
- Mucho… - ¡Qué mujer! Pensaba Leonardo. Tenía carácter y además no veía la tele… ¿Dónde iba a poder enterarse de lo que sucedía en el mundo? Se dio cuenta cómo. Un pilar entero de periódicos se amontonaba al lado de una estantería. Parecía una obra de arte moderna.
- Pues le presento a mi singular perrito Quentin. ¡QUENTIN VEN!
De una habitación salió un gran pastor alemán. Era precioso pero…¡Qué nombre para un perro!
Quentin fue a saludar a su dueña para luego saludar de nuevo a lametazos a Leonardo.
- ¡Para, para! – gritaba sonriendo Leonardo.
- Es muy juguetón, de pequeño era hiperactivo. – La chiquilla se agachó para acariciar a Quentin cuando ya estuvo un poco más calmado. Sus ojos mostraron simpatía y tristeza a la vez. – Lo encontré en la carretera medio muerto. Parecía ser que le pegaron unos gamberros y lo dejaron tirado para que un coche terminase su trabajo. Nada más verlo se apoderó de mí e hizo que me lo llevara, cuidara y quedara hasta hoy.
- Entonces eres amante de los animales…
- Más o menos, sí. – Interpeló ésta.
Se sentaron en un sofá de colores marrones, anaranjados, rojos, verdes. Ambos tenían ganas de descansar y los dos quisieron mirar el gran mirador.
- Es una vista preciosa, se ve todo el centro… - Comenzó diciendo Leonardo. De pronto se acordó de la belleza de la muchacha dorada. No se había acordado de ella en todo ese día y todo gracias a su salvadora. Pero necesitaba buscar sobre la muchacha dorada… Necesitaba saber más sobre ella…
- Ah, por cierto… Me llamo Gala, Gala Duarte. – Se presentó por fin la chica.
- Gala… Su padre y su madre deberían de ser unos apasionados de la pintura… Ponerle el nombre de la esposa de Dalí a su hija debe ser un acto bastante prudente para dos pintores.
- Mi padre era pintor, pero desapareció al yo cumplir los dieciséis. Nunca he sabido nada de mi madre. - Declaró desilusionada Gala.
- Ni yo... Ni yo...
Y llegó la policía.

domingo, 21 de febrero de 2010

CAPÍTULO VII


CAPÍTULO VII.

Un grito despertó a Estela de su profundo sueño.
Se enderezó a causa del susto, respiraba entrecortadamente.
- ¡¿Qué ha pasado?! – gritó eufórica.
De pronto, se encontró que una cabeza de adolescente se erguía de una cama y con ojos llorosos a causa de la mañana, la miraba.
- ¿Estela? – preguntó el joven para luego levantarse y dirigirse hacia ella. - ¡Hola!
La muchacha observó la habitación y al joven que se dirigía hacia ella. ¿Dónde estaba? No recordaba nada de lo que había pasado el día anterior; sólo recordaba el sueño que había tenido esa noche, en el cuál aparecía una mujer de ojos dorados, “Rosalinda” se dijo en su mente.
- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha sido ese grito? – interrogó rápidamente al chico que se acababa de sentar en el sofá junto a ella, un chico con unos ojos interesantes y familiares.
- Estás en la casa de Leo, ¿no te acuerdas? – y luego añadió, ya un poco confuso. – No querías irte porque…porque no querías regresar con…Esteban. – intercambió una mirada fugaz con ella, pero parecía que lo que los ojos del muchacho intentaban expresar no lo hacían los de Estela.
La muchacha estaba asustada, buscó con la mirada a Esteban.
- ¿Dónde está Esteban? – preguntó impaciente.
Se levantó del sofá dejando al chico sentado y mirándola; recorrió la estancia que estaba patas arriba, sus ojos estaban abiertos como grandes canicas marrones. Viendo que no encontraba a su novio por ningún lado, dirigió la vista hacia el adolescente que la miraba asustado.
- ¡¿Dónde está?! ¡¿Quién eres?! – gritaba. El chico la miraba asustado, puesto que parecía histérica y ella se acercaba.
Mas no respondía.
- ¿Dónde estoy? – preguntó con un susurro mientras se sentaba al lado del chico ocultando su rostro con las manos.
Sintió que una mano se acababa de colocar en su hombro, era el joven que intentaba consolarla.
- Estás aquí, conmigo. ¿Recuerdas quién soy? Soy Tomás, tu amigo. – Intentaba decir con voz dulce aunque Estela encontrara en sus palabras débiles toques tristes.
- No te conozco. No recuerdo nada de lo que pasó por la noche, sólo sé que me pegué un fuerte golpe y que soñé con una mujer. Sólo eso. – Parecía que recuperaba su voz normal pero parecía obtener fracaso a cambio de no saber nada de dónde se encontraba. Decidió ver al adolescente para así intentar recordar algo en él.
Alzó la vista hacia él y los dos se miraron…
…No recordaba nada de él. Nada, absolutamente nada.
- Pero… - comenzó a decir Tomás mientras desviaba la vista, pero no logró terminar la frase, parecía estar afectado.
- ¿Puedo llamar a Esteban? – sugirió Estela.
Tomás asintió con la mirada extraviada en sus largos y finos dedos.
De nuevo, la cantante se levantó y asió su móvil para llamar a su novio.
- ¿…Estela?
A pesar de que la voz de Esteban no le gustase para nada, se alegraba escucharla.
- ¡Esteban! No sé dónde estoy, ¿qué has hecho? – preguntó un poco escandalizada.
- Estela, ayer me comentaste que te ibas a quedar con unos hombres amigos tuyos – pareció vacilar unos segundos. – ¿O no…O no eran amigos tuyos…? No lo sé, estaba muy preocupado para captar todas tus palabras. – su voz era casi insonora, pero sus últimos susurros se convirtieron en gruñidos. Estela no se creía que estuviese preocupado; seguramente habría bebido un poco de whisky aprovechando que ella no estuviese allí.
- Vale, vale… ¿Me vas a recoger? – preguntó haciendo caso omiso de sus pensamientos.
El teléfono carraspeó y en vez de escuchar la respuesta de Esteban, escuchó un pitido que cesaba y nacía, cesaba y nacía.
Le había colgado.
Volvió a marcar su número pero sólo se escuchaba los pitidos. No parecía contestar.
Entonces debido a esa rabia, la guitarrista estampó el móvil contra la pared y se tiró al suelo, profiriendo lloros.
- No sé dónde estoy, Esteban me ha colgado, un adolescente me tiene secuestrada, y lo único que hago es llorar. – sollozaba.
No escuchaba ningún movimiento por parte de Tomás, sólo escuchó que le dijo:
- ¿Quieres un pañuelo?
- Sí…por favor. – Pudo decir mientras dejaba escapar las últimas lágrimas.
Tomás se levantó del sofá y fue a la cocina; cogió un pañuelo y al llegar a Estela, se agachó y se lo tendió.
- Ten…- Y mirando a la cama le dijo – si quieres puedes tumbarte en la cama, yo estaré en el sofá desayunando. Si necesitas algo no dudas en pedírmelo. Pero primero descansa.
Estela no lo entendía; le había secuestrado y ahora pretendía ayudarla.
Estela se sentó en el pico de la cama, y distinguió un bulto en ella. Y presa de la curiosidad, Estela levantó la sábana que cubría al bulto y descubrió a una niñita dormida.
Tenía unos rizos dorados y un vestido blanco tapaba su menudo cuerpo. Distinguió en su rostro unas grandes pestañas y unas mejillas ligeramente sonrosadas. Parecía feliz.
Se quedó contemplando su pequeña figurita unos instantes y luego la volvió a tapar.
Por fin encontró que su corazoncito no estaba lleno de cólera, sino de ternura. La pequeña niña le había trasmitido afecto.
Ya no se encontraba mal, al revés, se encontraba como si conociera todo lo que la rodeaba. Como si nunca hubiese conocido el miedo.
Y todo por esa niña…
Se dirigió hacia la puerta de entrada sin decir palabra alguna, pero antes de girar el picaporte, una voz la detuvo:
- ¿Quién era esa mujer con la que soñaste? – Era Tomás que seguía sentado en el sofá untando una tostada con mantequilla.
Estela vaciló.
No tocó el picaporte.
- Se llamaba Rosalinda.
- ¿Qué era? – Tomás parecía interesado por su tono de voz. Se pasó la mano por un corto cabello lleno de rastras y se llevó la tostada a la boca.
De nuevo, dudó. No sabía si contarle lo sucedido. Pero también tenía la esperanza de que él supiese algo sobre Rosalinda.
- Era un…fantasma. No sé, recuerdo que de pequeña soñaba con ella. Llevo varios años sin volver a encontrarla en mis sueños, pero desde hace dos meses me está acosando de nuevo. – Se dirigía lentamente al sofá y se sentó junto a él en el sofá azulado. – Una vez me desveló su nombre…Rosalinda… Y quiero saber más de ella, de hecho, por eso vine hacia aquí. Me dijeron que podría buscar información sobre ella… - luego consideró una cosa que había dejado atrás - ¿ Por qué me lo has preguntado?
Tomás la miraba con unos grandes ojos pero luego volvió a la realidad.
- Os escuché decir una vez a ti y otra vez a Leonardo el nombre de la misma persona… - indicó.
La chiquilla miró a él y luego a la hermosa vista que se encontraba tras el mirador.
Y mientras Estela se preguntaba quién era Leonardo y Tomás se preguntaba el porqué de esa casualidad. Escucharon el sonido de la puerta chirriar.
Alguien había llegado.
Era Leonardo.
Leonardo se estremeció ante tal golpe, sin embargo le echó una mirada furibunda a Tomás. Pero era una mirada con tanta cólera, odio y soledad que Tomás se quedó atónito.
- Iros – sentenció Leonardo con un serio tono de voz.
Tomás, aún absorto, acogió con su mano la de Estela, y sabiendo que Leonardo impediría que se llevase a Sofía, la dejó allí; dormida plácidamente.
Estaba algo nervioso, pero tenía la certeza de que su amigo no le haría daño alguno.

Leonardo vio como Estela y Tomás se marchaban con caras confundidas de su habitación.
Todavía respiraba entrecortadamente; hacía poco que se había despertado de su desmayo y contempló la nueva vida que se adelantaba ante él.
La magia.
Antes de ir a su casa, fue a la orilla y algo tocó en su mente, un nombre.
Sofía.
No sabía ni cómo ni porqué pero el destino le había llevado hasta ella.
Se quedó unos minutos de pie, mirando a su alrededor, asustado y confundido. Sabía que necesitaba hablar con Sofía de la magia. Sabía que la pequeña niña comprendía mucho más de lo que parecía saber acerca de la magia.
Se encontraba justamente al lado de la cama y fue hasta donde se encontraba la pequeña niña que dormía; y al llegar allí, se agachó, miró con absoluta ternura al pequeño rostro de la niña; le tocó la frente.
- Tú sabes mucho, y yo sé que eres especial. Lo noto al tocarte, pequeña – decía mientras sonreía.
Los ojos de la niña comenzaron a moverse y un leve susto recorrió sus manos.
- Leo… - comenzó a decir Sofía.
- Dime, Sofía – interpeló el nombrado.
Una suave sonrisa recorrió los labios de la niña, cogió la mano a Leonardo y acercó su rostro al oído de él.
- Sé que te has dado cuenta de lo que soy – y añadió un poco menos risueña – y entiendo que quieras saber más de la muchacha dorada, pero yo no te lo diré, porque lo descubrirás por ti mismo.
Y sin ocultar la risa, se tumbó otra vez en la cama, cerró sus grandes ojos azules y se durmió.
A Leonardo no le dio tiempo ni a preguntarle cómo sabía tanto puesto que, parecía otra…Era más…madura. Su voz no era la de una niña, sino que era la de una mujer, una voz melodiosa y sensual…
Y sus ojos… La mirada que tenía cuando lo conoció, la mirada de la noche anterior, la mirada que Leonardo recordaba de Sofía no era la que tenía ahora… Era…diferente… Experta y magnífica. Con un azul intenso, con un azul que parecía contener todas las tonalidades del mar, el océano y las corrientes fluviales juntas; pero…un toque de… dureza, como una muralla irrompible cubría sus ojos.
Todo había cambiado.
Todo.
- ¡SOFÍA!... ¡DESPIERTA! – gritaba mientras zarandeaba cuidadosamente a la niña.
Su acto dio resultado.
La niña se levantó con las manos frotando los ojos.
Vio a Leonardo, y éste distinguió que lo que antes había descubierto ahora no aparecía.
¿Dónde estaba esa madurez?
¿Dónde estaba esa voz?
Se sentó en la cama y se echó, aliviado.
Sofía era lo más parecido a una hermana y no quería perderla.
- Sofía, ¿con qué has soñado hoy? – preguntó mientras se volvía a incorporar, después de unos segundos de descanso.
Sofía también se enderezó quedándose sentada en la cama, al lado de él.
Hablaba agitando mucho las manos, y rápidamente, como si le fuera la vida en ello.
-¡…Y también soñé con el agua! ¡Pero parecía fuerte y sin miedo! – gritaba entusiasmada. Pero luego, bajó la voz – ¿y sabes qué?
- ¿Qué?
- Me dijo que ella era la magia. Y que las dos éramos la magia. Que las dos éramos iguales. Pero me dijo que no se lo dijera a nadie. ¿VALE LEO? ¡A NADIE!
- Un momento, Sofía… ¿qué? Que tú eras igual que ella…quieres decir que…
“…Que somos la misma persona, Leonardo.” Susurró la misma voz que antes le hablaba con el cuerpo de Sofía.
-…Que somos la misma persona, Leo. – Susurró de nuevo la niña.
Un bullicio de ideas y catástrofes le vinieron a la mente. Se sentía mal, muy mal. Se había metido en un buen lío, pero sabía que era el destino. Aunque no entendía lo que sucediese, tenía que estar allí. Era un…
-…Un mundo nuevo en el que nunca he vivido… - dijo en voz queda Leonardo.
- ¿Qué? – preguntó Sofía. Se levantó de la cama y danzaba su vestidito blanco a causa del impulso.
- Digo que esto es distinto, Sofía. Me estoy dando cuenta de que eres buena interpretando. Ayer me dijiste lo de la condesa de Roldan, lo de la mirada mágica; hoy, hoy una mujer se ha puesto en tu cuerpo y me ha susurrado palabras que no entendía hasta ahora. Sofía, tú no eres una niña. Tú eres una especie mágica que se ha introducido en este cuerpo para protegerme. Tú eres la mujer que me ha susurrado las cosas, eres diferente… ¿Pero, por qué? ¿De qué? Sofía, dímelo. Te lo suplico. Por favor…
Sofía, que estaba tarareando una canción, se quedó quieta por un momento.
Leonardo sintió un escalofrío.
Otra vez lo miraban esos ojos.
Y vio en ellos a la muchacha dorada, con su corazón en la mano y una mirada llena de tristeza.
Pequeños fragmentos de su vida pasaban por su cabeza atropelladamente:
Su primer “Papá”. Sus exploraciones cuando tenía diez años en el bosque al lado de su casa. Sus dibujos infantiles que poco a poco se fueron modificando hasta crear belleza en papel.
Cuando estaba en el colegio y todos le miraban con cara rara. Cuando entró en el instituto, con una camiseta de “Guns n´roses” un cómic de Batman en la mano y el pelo largo y todos se reían de él. Y por último, cuando su padre le dio el corazón de su joven madre. Ese baúl que desde hace dieciocho años no se había abierto jamás. Ese pequeño tesoro en el que se encontraba todo un mar de recuerdos, en el que se encontraba la magia del corazón.
- Entiendo lo que me quieres decir. – Inquirió Leonardo.
Y una sonrisa satisfactoria y atractiva asomó por los labios de la pequeña Sofía.

viernes, 19 de febrero de 2010

Capítulo VI


CAPÍTULO VI

Se levantó con un dolor en la espalda tremendo. Se había despertado unas cuantas veces por la noche, pero cuando se dormía otra vez llegaba a su mente ese sueño que no lo dejaba.
Se enderezó y miró su reloj – que marcaba las siete en punto – antes de encontrarse con el panorama que había dejado al dormir.
El loft estaba patas arriba. Las sábanas que habían utilizado para “vestir” a la cama estaban esparcidas por el suelo. Los platos estaban sucios en la mesa donde la noche anterior habían comido. Distinguió que Tomás se hallaba dormitando pacíficamente agarrando a su hermana por la cintura; los dos arropaditos.
Dirigiendo más su vista hacia la derecha, encontró que Estela seguía dormida en el sofá. Su postura hacía reír a Leonardo; sus dos piernas estaban apoyadas en el final del respaldo del sofá, una mano caía hacia el suelo y su rostro estaba tapado por el cabello.
Fue hacia la cocina de puntillas y como el día anterior, se preparó leche caliente.
Ni se sentó, ni apoyó la taza en la mesa, ni nada. Se llevó el recipiente a los labios y de allí pudo saborear el cálido sabor de la leche.
“Qué buena” dijo para sí.
Caminó hacia el armario y pudo coger unos pantalones vaqueros y una camisa blanca de rayas negras. Entró en el lavabo donde afortunadamente se encontraban sus zapatillas de deporte.
Se vistió y dejando todo como estaba, sin querer despertar a nadie para dejarlos descansar de un día bastante extraño, se marchó de nuevo; el sueño que tuvo lo dejó obsesionado otra vez. ¿Quién era ella? Necesitaba encontrarla, necesitaba oler su esencia de nuevo, la necesitaba…

- ¿Sí? – preguntó Matilde sin quitar la mirada de la nueva revista que estaba leyendo.
- Dos cosas. Primero, las llaves, tenga.- Y las colocó en el escritorio puesto que la mujer hacía caso omiso de él. – Lo segundo, ¿ha visto usted alguna vez a una muchacha de pelo negro, ojos dorados y que antes de ayer llevaba un vestido blanco? – finalizó el muchacho la frase con una exhalación debido al maratón que corrieron sus palabras.
- No sé de qué me habla. Y otra cosa; no soy una mujer muy agradable y sé que a su edad todo es muy bonito y todos son amigos de todos, pues mi pensar no es así. – Concluyó Matilde.
Y sin haber escuchado lo que la recepcionista le dijo de mala gana, continuó:
- La vi en la playa, olía a violetas…
La recepcionista dejó de leer y miró a Leonardo.
- ¿Qué olía a qué? – ahora, ella le miraba concernida.
- A violetas, olía a violetas – dijo el interpelado.
- ¿Y qué hacías tú en la playa a esas horas? – habló enfurecida.
- Tenía ganas de…
- ¡De matarse! ¡¿NO SABE QUE LO QUE HA VISTO ES UN FANTASMA?! – y luego añadió con menos euforia. - Ya veo lo que se ha informado sobre este lugar.
- ¿Un…fantasma? – Leonardo, un hombre de ciencias que nunca había recapacitado ni en la mínima posibilidad de que Dios existiera no daba precio a lo que sus oídos escuchaban. – ¡Los fantasmas no existen! ¡Nada sobrenatural existe! – y luego añadió en voz queda. – Creo que para la edad que usted aparenta no es sensato creer en esas absurdas consideraciones.
La mujer lo miró con ira, pero entendiendo a lo que el pequeño sermón refería tenía razón.
- Yo sólo te informo de lo que cotillean en el pueblo. –Zanjó con tono distante y luego añadió con una sonrisa irónica. – Al menos has salido con vida de la primera vez, algo le habrás causado al fantasma…
Leonardo se despidió silenciosamente de la mujer aunque ésta hubiera apartado la mirada rápidamente de él.
Le pareció algo extraño puesto que Sofía también había hablado de algo como la mirada mágica, pero eso era absurdo.
Se dirigió hacia la pequeña puerta y la abrió. Saboreó una dulce brisa que había dejado la lluvia del día anterior y aún fastidiado por no saber quién era esa misteriosa muchacha a la que Matilde la llamaba “fantasma” anduvo hasta llegar a la acera.
Erró por el paseo marítimo escuchando el suave silbido del mar, como una preciosa nana que le cantaba su padre a la hora de dormir. El desdichado miraba la preciosa orilla recordando a la hermosa mujer que le besó tierna y dulcemente, y para seguir contemplando el paisaje descubrió que había un bar agazapado en la arena de la playa. Decidió ir allí; se quitó los zapatos y corrió por la fría arena hasta llegar a la pequeña estancia de madera.
Por detrás parecía que estaba cubierto por paredes, pero cuando fue hacia la entrada, en vez de encontrarse una puerta se topó con que era una estancia abierta. En la barra se encontraban dos hombres de apariencia vagabunda bebiendo lo que parecía ser alcohol y conversaban entretenidamente con el camarero, un hombre con un atuendo bastante informal y que parecía rondar los cuarenta.
Leonardo se acomodó en un asiento y apoyó los codos en la barra.
- Una limonada, por favor. – Produjo en voz queda.
El camarero que se había situado en frente de él abrió una nevera que no podía ver Leonardo y extrajo una limonada, la abrió con un mechero y la eclosionó con dos cubitos de hielo en un vaso.
- Ahí tienes. – Apartó la vista un instante de Leonardo pero al pasar una milésima de segundo lo miró de nuevo extrañado. – Tú, no eres de aquí, ¿verdad?
Leonardo arqueó una ceja.
- No, no soy de aquí. Vengo de paso. – Le dio un pequeño buche a la limonada y prosiguió - ¿por?
- Verás chico – hizo un ademan para que se acercara y miró hacia los lados. – Aquí, en Costa Romana hay una leyenda que cruza los oídos del vecindario. – Susurró.
Leonardo se sobresaltó.
- Tranquilo, verás ¿ves a esos dos que están ahí bebiendo? – el joven asintió – pues uno de ellos te puede contar en primera persona lo que le pasó en este pueblo. – Alzó una mano en señal de llamada y captó la atención de los dos hombres. - Sebas, Ronaldo, venid.
- ¿Qué quieres? – preguntó uno de ellos, vestía una chistera y una chaqueta desgastada lo protegía de la brisa, sus pantalones oscuros y pútridos se movieron a causa del impulso al levantarse y sus ásperas manos se agarraron a la barra. Parecía estar borracho.
- Sebas, este chaval no sabe en el lugar en el que se ha metido, cuéntale qué te pasó anda. – Dijo el camarero señalando con la cabeza al joven.
El aludido se sentó al lado de Leonardo y posó su mirada en él.
- ¡Eh! ¡Sebas, no se lo cuentes! ¡Que seguro que el niñato tendrá que vivirlo! – intervino una voz carrasposa que provenía del otro hombre, un viejo con una barba de meses y expresión ceñuda.
- Cállate Ronaldo, tú qué sabrás de la vida maldito imbécil – espetó en dirección al viejo, y luego prosiguió, ahora hacia Leonardo. – En mis tiempos mozos, estamos hablando de…mmm… ¡Dios sabe cuánto! Estaba en una pequeña tripulación que desembarcaba en esta costa. Parecía que algunos tenían familia aquí y yo tuve que quedarme en La sonorísima por la noche. Me tocó una habitación con una pequeña ventana, pero lo suficientemente grande para que pudiese ver a ese ángel en forma de humana. Era tan hermosa… - se quedó un poco en las nubes pero luego se dio cuenta de que tenía que proseguir. – Y nos miramos, su mirada era triste; sí, lo recuerdo. Salí de la habitación y corrí hacia ella. Nos besamos y… ¡Mierda! No me acuerdo. Bueno, el caso es que me dijo que ella moriría pronto y sus ojos parecían ser muy sinceros… Ella me cautivó totalmente, tanto para que todo mi mundo girara en torno a ella en sólo un par de horas; y me di cuenta de que no podía vivir sin ella y que si se iba yo no sabría qué hacer, entonces le dije que si ella moría, yo también. Y los dos nos sumergimos en el agua. Una vez dentro y con los ojos bien cerrados, yo esperé a la muerte agarrado de la mano de ella, pero no llegaba, no llegaba…Decidí abrir los ojos y no encontré el cuerpo de mi amante por ningún sitio, emergí y pude respirar la vida de nuevo. Esa arpía por poco no me mató. – Finalizó el hombre con un suspiro.
Leonardo no se lo podía creer, lo había engañado…Una mujer lo había engañado…Pero, ¿cómo podía ser eso si el vagabundo presentaba una edad aproximada a los sesenta y ella era tan joven?
- Mientes, yo mismo la vi el otro día. Era joven y hermosa y si es como tú dices, supuestamente sería vieja y arrugada. – Replicó.
Ronaldo rió por lo bajo y el camarero le dijo:
- ¿No sabes que es un fantasma? – Pero luego consideró mejor la réplica de Leonardo - ¿La has visto? ¿Y no has muerto?
- La he visto y no he muerto, pero no es un fantasma. ¡NO EXISTEN!
Sebas puso su gran manaza en el hombro de Leonardo.
- Verás, cuentan que hay una leyenda de ese fantasma. Una historia que ocurrió en el mil novecientos cuarenta y cuatro. En Sevilla hubo una vez una moza que se llamaba…Rosalinda. Sí, eso es. Rosalinda. Era una muchacha a la que su padre no la dejaba salir. La tenía como mueble de salón en su gran alojamiento. La chiquilla era hermosamente hermosa pero la soledad era su reina y ella, en su habitación la obedecía, siempre. Tenía una cajita de música como guía, como su amiga más leal. Las dos, todas las tardes cantaban con sus voces melodiosas mirando a la ventana. “La jaula atrapa mi cuerpo…” cantaba la ilusa.
Pero un día en el que éstas cantaron con otra melodía y con la ventana abierta, un joven apuesto las escuchó. Miró la belleza de la chiquilla y se enamoró perdidamente de ella, mas el padre de la niña vio que los dos intercambiaban miradas apasionadas y ofreció una paliza al chaval. Pero, cuando el ilusionado recordaba los cánticos de la niña, su pelo negro y sus ojos dorados mirándolo, cada vez más se enamoraba.
Diríase que se acordó de la dirección de la chiquilla y rápidamente, sin importarle su padre, le escribió una carta. No recuerdo muy bien el qué escribió, pero más o menos sé que le expresó todos los sentimientos que tuvo a primera vista y que contuvo hasta ese día. Le especificó que esa noche estaría en la entrada del parque de María Luisa y que la esperaría entusiasmado.
La envió y al ella recibirla se alegró mucho. La soledad iba a dejar paso a la compañía y el amor.
Al caer la noche se marchó de su casa.
Recuerdo que cuando había salido por primera vez a la calle y tocar con sus pies descalzos la acera, se alegró. Era una noche lluviosa, pero le daba igual.

Aunque no encontraba el parque puesto que nunca había salido de su casa, unos hombres la guiaron y se encontraron los dos. Se intercambiaron una mirada y la contuvieron hasta que un cuervo graznó, y desde ese momento sus vidas quedaron cruzadas por el amor. Todos los días por la noche se encontraban pero un día el hombre le dijo mediante una carta que se marcharía a Cádiz y que se alegraría mucho si ella pudiese ir.

Y sin saber por dónde ir, vagabundeó por las calles hasta encontrar la famosa Catedral De Sevilla tan hermosa como siempre. Descubrió que la silueta de un joven estaba allí, esperándola. Los dos se miraron complacidos pero parece ser que el padre de la muchacha los siguió junto con la policía. Los dos amantes intentaron escaparse juntos pero la policía cogió al muchacho…En cuanto a la niña… consiguió escapar de su padre…Al principio nadie sabía dónde estaría la cría, su padre puso carteles de búsqueda, pero en la época que estábamos no le importaban mucho una simple niña, y bueno, apareció el cadáver de ésta en la orilla de Costa Romana. Su padre ya había fallecido a causa de la ansiedad de no ver a su pequeña y por eso la enterraron en Cádiz. De su amor perdido no se sabe nada, unos dicen que murió, otro que se fugó de la cárcel, y los últimos predican que se ha ido en busca del alma de su corazón. – El aliento olía a alcohol pero Leonardo estaba tan ensimismado con sus palabras que le dio igual. El vagabundo tomó un trago de lo que parecía ser whisky y prosiguió.- Y por eso, chico, hay un algo extraño en la orilla del río pero parece ser que a ti no te ha hecho nada al verla. A lo mejor le parecerás a su amante.

Leonardo se interesaba por la historia, pero su mente se llenaba de cólera al escuchar la absurdez más tonta del mundo.

- Pero, ¿os estáis escuchando? ¿Un fantasma? No existen los fantasmas. – Dijo con una sonrisa de ironía.

- ¿Cómo qué no? – Preguntó Ronaldo. – Muchachito sabelotodo, ¿quién eres tú para creer que no existen los fantasmas? Lo primero, los borrachos siempre dicen la verdad. Lo segundo, no tienes ni la más remota idea de lo que es el mundo. ¿De dónde eres, chico?

- De Valencia – espetó con un poco de ira.

- De Valencia, ¿no? – y rió. – Mira chico, este país es un sitio en el que la magia habita por todas partes. Pero claro, seguramente que tú te habrás quedado en tu casa esperando cumplir la mayoría de edad para viajar. Señorito, no sabes lo que te espera. No todo es lo que se dice en las escuelas, que nada de magia, que mucha ciencia, pues no. No todos la poseemos pero existe. Cuando menos te lo esperas, ahí está la magia, aunque tampoco es la magia de las hadas como en los libros, es oscura…

Leonardo no entendía nada de lo que escuchaba. Resultaba que ahora todo lo que le rodeaba era mágico. “Están locos” se dijo.

- Vale, me lo creo. Ahora tiene que venir un burro volando y me va a confiar la llave de la verdad y quiere que valla a su reino para luego casarme con su hija, ¿no?

- ¡Serás…! – gruñó la carraspeada voz de Ronaldo se bajó del asiento y alzó la mano, pero el camarero ya había intervenido, rápidamente le sujetó el brazo.

- Ronald, sabes que no quiero peleas en mi puesto. –Luego, miró a Leonardo, que estaba asustado. – Y tú chico, si no nos crees allá tú. Sólo digo que es la verdad. – Soltó la mano de Ronaldo y volvió a su trabajo. – Sebas, ¿quieres algo más?
Sebas negó con la cabeza.

Leonardo no sabía lo que estaba ocurriendo, no lo comprendía, se sentía incómodo.

-Demostrádmelo – exigió repentinamente.

- ¿El qué? – preguntó Sebas.

- Demostradme que de verdad sabéis hacer magia. – Dijo nervioso.

Ronaldo que antes se había sentado de nuevo, otra vez se levantó, pero esta vez fue hacia la arena.

El joven vio como el viejo andaba por el suelo de madera tambaleándose, saltó el pequeño escalón y tocó la arena.

- ¡A ver qué te parece esto! – Gritó alegre.

Y de pronto, Leonardo distinguió que de la antes descolocada postura de Ronaldo, ahora se convirtió en una rigidez absoluta. No escuchaba absolutamente nada pero de pronto, algo pasó. Algo bastante extraño.

Una nebulosa azul iba en dirección de Leonardo, pero en vez de pegarle como él se esperaba, la nebulosa se convirtió en una hermosa muchacha que se sentó en la silla que lindaba al lado de la suya y sonriente, le tocó el rostro con unas manos frías, pero un grito provocó la chica azul y se cayó al suelo revolviéndose y chillando, pronto, una luz negra apareció en ella y desapareció.
Leonardo se quedó asombrado ante tal acto, era verdad. ¿Pero cómo? Nunca había creído en eso, es más, de pequeño, cuando quería leer un libro de fantasía, su padre se lo quitaba de las manos cuidadosamente, diciéndole: “Los libros fantásticos te comerán el coco, como a Don Quijote.”

Esa frase resonó con la voz de su padre en la cabeza de Leonardo. Se llevó las manos a la cabeza puesto que otra vez la pólvora se agazapaba a su corazón evitando así que la sangre circulase; se levantó y comenzó a tambalearse, al ver lo que lo rodeaba, distinguió sólo bultos; bultos rígidos y que no hacían nada para ayudarlo.

-¿Qué…Qué…me está…pasando? – logró decir.

Pero nadie lo escuchaba, dirigió la vista hacia un lado y hacia otro, sentía que su cuerpo avanzaba desesperado y en vez de pasos, daba zancadas estrepitosas.
Se repetía una y otra vez la misma pregunta: “¿qué me está pasando?” en su mente; ni Ronald, ni Sebas ni el camarero lo ayudaban, “¿por qué?” no lo sabía. Solo sabía que en ese instante estaba él solo ante el dolor.

Y el cuerpo de Leonardo se quedó allí, solo e inerte. La mente de éste divagó por la magia y comprendió que la vida de Leonardo había cambiado para siempre; la pólvora de su corazón nunca podría extraerse y advirtió que ya no todo era como él se creía, ahora era todo… ¿mágico?

Nunca sería como era antes, un tímido aunque a veces gracioso ilustrador, un simple hombre en busca de la soledad, un joven con aspiración a recorrer el mundo…

miércoles, 17 de febrero de 2010

CAPÍTULO V




Una ráfaga de viento sopló en aquel acantilado verdusco. El bosque desprendía un olor apreciado por la muchacha que estaba en el pico de éste. Ella se sintió libre, al fin. Sus manos comenzaron a moverse en círculos mientras que sus finos dedos danzaban al son de su mente.

La mujer respiró el aire marino y su vestido rojo se extendía hasta formar aureolas. En ese momento ya no se acordaba de que fue ella quien creó la magia, fue ella, condesa de Roldan, Francia en el siglo IX quién revolucionó el amor, fue ella la primera bruja y fue ella quien creo la magia del amor; eso se le olvidaba sólo con apreciar la vista del translúcido mar. Al danzar percibió que alguien iba tras ella. No se movió absolutamente para nada, quería disfrutar viéndolo morir con su poder. El hombre se acercaba lentamente y de su mano salieron destellos dorados hasta llegar al cuello níveo de la mujer. Ésta evocó un suave suspiro pero la gracilidad de sus movimientos al girarse hicieron que un aura blanca fuera a parar a la pierna del hombre que había invadido su meditación. Su cuello se vio librado de la fuerza de la magia.

- ¿Quién eres? – preguntó dulcemente con su voz en eco.

- Mi majestad, soy un humilde sirviente que quiere agradeceros todo lo que hayáis hecho por La Tierra.- dijo el hombre mientras los sollozos a causa del dolor se desgarraban en su boca.

- ¿Qué he hecho por vosotros? – espetó y luego miró hacia el mar. – Sólo os he dado la magia a los más débiles, sólo he intentado hacer que el amor sea el culpable de todo…

-¿Por qué mi señora? – Interpeló éste todavía malherido. - ¿Queréis que el mundo sufra por los acontecimientos del amor?
Asintió.

- ¿Por qué?

La mujer se dirigió de nuevo hacia el hombre dañado y se agachó. Recogió su rostro y lo miró a los ojos. El hombre comprendió que de los ojos de la mujer, unos ojos violáceos, caían lágrimas.

- El amor es el peor sentimiento de todos, amigo mío. Y quiero que todos los humanos que posean un mínimo de magia sepan lo que es eso, y por eso he creado la mirada de la magia…Para que cada uno sepa con quién debe estar.

Sofía abrió sus grandes ojos azules y Alzó la cabeza para mirar a Leonardo.

- Leo, ¿sabes quién es la condesa de Roldan? – le preguntó la niña concernida.

Leonardo la dejó en el suelo y se agachó; echó un breve vistazo a Estela y a Tomás, pero seguían sin moverse y mirándose, algo extraño les sucedía.

- ¿Quién? – preguntó nuevamente mirando a la niña.

- A la condesa de Roldan, la bruja. Es que la acabo de ver. – Respondió la pequeña sonriente.
- ¿Dónde la has visto? ¿Fue con tu hermano?
La niña negó con la cabeza.
- ¿Entonces?

Sofía tocó con un dedo su cráneo envuelto de rizados cabellos rubios.

- La he visto aquí. – Zanjó.

- Pero, ¿qué has visto Sofía? – Leonardo se sentó en el sofá, ya hacía caso omiso de los dos enamorados que parecían estar en contra el tiempo. – Ven, cuéntame lo que te ha pasado.

La niña se sentó en el regazo de éste y se dispuso a hablar:

- He visto que una mujer muy muy muy muy guapa, estaba en el mar, un hombre muy malo intentó matarla con una cosa amarilla que se la agarraba a su cuello. Pero la condesa de Roldan es una brujita y con su magia consiguió atrapar al hombre malo. La brujita comenzó a llorar y le dijo al hombre malo que había creado la mirada mágica para que todo el mundo con un poquito de magia sepa quién es su medio corazoncito. – Confesó la niña mientras sus dedos jugueteaban con los mechones de pelo de Leonardo.

El joven la apartó y la miró a los ojos. Parecían tan sinceros…

Y entonces pensó que la mirada mágica es lo que les podría estar ocurriendo a Tomás y Estela.

Pero…No, no podía ser eso. Era algo imposible.

- Anda Sofía, no digas esas cosas. Será tu imaginación, que es muy extensa. – Le guiñó un ojo a la niña, pero ésta se enfadó.

- ¡Es verdad! – soltó Sofía.

- Bueno, Sofía es tarde y tienes que dormir. – Se levantó y la acogió en sus brazos. La pequeña niña aún molesta, cedió a dormirse allí, el sueño invadía su mente y su cuerpo.

Al Leonardo depositarla suavemente en su lecho, ella le cogió de la mano y le susurró:

- Buenas noches Leo…

Y desprendió su pequeña manita ahora inerte.

Leonardo se enderezó y contempló a la pequeña niña dormir plácidamente.

Era tan bonita…

Mas, la inmovilidad de la niña hizo que la pólvora del corazón de Leonardo se agarrara otra vez produciéndole un dolor espantoso, y todo por pensar en sí la niña muriese…

Descartó esa idea de su cerebro. No tenía que pensar en eso. En sí, había viajado para poder olvidarse de los sentimientos y ser un hombre solitario; pero cada vez que veía la sonrisa de Sofía, los inocentes ojos de Tomás y recordar a la muchacha dorada, quería arriesgarse a seguir siendo masoquista.

Su mirada fue a parar a los dos cautivos de la “magia”.

Decidió ir hacia ellos y taparle los ojos a los dos, así podrían hacerle caso.

- Bueno, creo que ya es hora de preparar las camas. Y la señorita se tiene que marchar. Tu novio estará hecho una furia.

Ella quitó la mano de Leonardo profiriendo un quejido.

- ¡No me quiero ir! – aulló.

Tomás también quitó la suya ceñudo.

Pero Leonardo no se iba a dar por vencido, sabía que sería mala idea dejar a la chica en su habitación, tampoco tenían camas suficientes, él mismo se había ofrecido a dormir en el suelo y dejarle a Tomás en el sofá; no quería que el chiquillo durmiera otra vez en la calle.

- Bueno, pues lo siento mucho Estela, tienes que irte. No quiero que nos denuncien a la policía…

- ¿Y si llamo a Esteban? – cortó ésta. – Le podré contar que… ¡Sois dos hombres! que han…¡formado un espectáculo y que me habéis llevado con vosotros porque habéis visto que tengo talento! – inquirió ésta mientras se inventaba su solución.

Tomás no la paraba de mirar, aunque ahora podía apartar la mirada de su rostro. Leonardo tomó la palabra con un suspiro:

- ¿De verdad quieres quedarte aquí?

- No quiero estar en un mundo que no es mío – obvió Estela. – Y Esteban no es de mi mundo, sólo se interesa del dinero y su capricho hacia mí es osado. No sabe con quién juega.
Tomás ahora miraba a Leonardo y con sus ojos le rogó que la dejara pasar la noche.

- Está bien… Llámalo ahora y le dices que estás lejos, vas a quedarte en un hotel. Coge tu teléfono. – Se dirigió a la cocina – Tomás, elige algo de cenar, ¿Huevos fritos o salchichas? ¿O las dos cosas?

- Las dos cosas, espera que te ayude. – Ayudó a Leonardo una vez puesto al lado de él.

Estela prendió su móvil y marcó el número de Esteban.

- ¿Estela? – sonó la voz adormilada de Esteban.

- ¡Es! Sí, soy yo; Estela.

- ¡Estela, mi vida! ¿Dónde estás? ¿Te han hecho algo malo, esos cretinos?

Estela se apartó un poco de donde estaban Tomás y Leonardo.

-No, no me han hecho nada mi vida. Sólo son dos hombres de oficio de payasos, han querido montar un espectáculo sorpresa y me han llevado con ellos porque veían talento en mí. Pero tranquilo cariño, mañana por la mañana iré contigo, quiero sacarles información de Rosalinda.

Una espiración brotó del móvil.

-De acuerdo, pero solo por eso, ¿vale?

- Vale, adiós.

Y cerró el teléfono. Sabía que lo que estaba haciendo no era bueno, pero ya que la habían secuestrado, quería aprovechar la situación de averiguar más sobre Rosalinda, porque costara lo que costase Estela tendría que averiguar porqué Rosalinda tenía tanta relación con ella.

La cantante no sabía que decir y se apresuró a inventarse algún quehacer:

- Yo voy a ordenar la habitación y preparar la mesa. – Y les brindó una sonrisa resplandeciente.

Los dos jóvenes se quedaron absortos pero se dieron cuenta de lo que tenían que hacer y dejaron de mirar a Estela.

Pasaron horas y horas entre risas. Parecía ser que Tomás era un gran bufón y hasta con el kétchup contaba un chiste. Diríase que la cena duró dos horas, pero al terminar y recoger, Estela sugirió que podrían colocar cojines al lado del mirador y sentarse allí, poder conversar y conocerse mejor. A Tomás y a Leonardo les pareció una buena idea, y dicho y hecho, cogieron un par de cojines cada uno y se sentó en los cojines.

- Bueno Estela, ¿cómo es que te casas? – interfirió Leonardo mientras otra mirada se cruzó entre Estela y Tomás.

Al escuchar la palabra casar, Estela se mostró apenada, parecía no querer hablar de eso y bajó sus ojos a las manos; comenzó a hablar:

- Mis padres fallecieron y como mis abuelos eran pobres me trasladaron a un orfanato, en él aprendí sola a tocar la guitarra y también a cantar. A los quince decidí pararme en las calles del centro de Sevilla para poder conseguir dinero de mí misma. Tocaba la guitarra acompañada de mi canto todos los días al atardecer, y uno de estos, Esteban se acercó a mí. Me dijo que era un joven manager y que quería que fuese “su cantante”. Yo acepté enseguida, el polvo comía mis entrañas y la soledad hundía mi ser. Pasaron dos años y hace dos meses me propuso matrimonio, yo todavía seguía encaprichada con él y acepté; pero al transcurrir estos meses me he dado cuenta de que no es mi amor y de que quiero ser un alma libre… - Pequeñas lágrimas perlaban las pálidas manos de la niña y el final de su discurso se convirtió en susurros.

Tomás se quedó aturdido al verla así; pero su pasado no era mucho mejor que el suyo; su madre quedó muerta de una paliza que le propino su padre y desde entonces Tomás y Sofía se quedaban a dormir a las afueras de su casa en el parque, por precaución; su familia además era tremendamente pobre y lo único que tenía de dinero era para darle de comer a su pequeña hermana.

- Tranquila Estela, todo pasó, todo pasó – reanimó Leonardo para luego decir – creo que todos hemos tenido un pasado bastante desafortunado, pero, con nuestras fuerzas creo que podremos combatir contra ese mal. ¿Estáis de acuerdo?

Los dos asintieron.

Y aprovechando la dura situación prosiguió:

-Pues bueno, creo que es mejor que nos vayamos a dormir antes de que Sofía despierte, al acostarla estaba delirando.

Los tres se levantaron y recogieron las cosas. Estela se durmió en el sofá, Tomás se acostó en la cama de Leonardo con su hermana y el último se quedó en el mirador pensando en la muchacha dorada.

“No quiero dormir, soñaré con ella de nuevo y mi corazón ya está luchando para poder conservarse de las continuas estacadas de la pólvora. No quiero dormir…” decía una voz en su interior.

Otra vez observó el plácido mar y se acordó de lo que Sofía le había dicho horas atrás:
“…con un poquito de magia sepa quién es su medio corazoncito.” Y aunque él no creyera en eso, sabía que le estaban sucediendo cosas extrañas, cosas que nunca hubiera descubierto si no hubiese salido de Valencia, cosas con las que jamás había soñado hasta el momento.
Se acomodó bajo el mirador y allí, mirando a la luna menguante se durmió.


“En el sueño, Leonardo se encontraba de pie; parecía estar en una angosta calle y distinguió que dos figuras se alzaban al final de ese callejón sin salida. Él vestía con un gran abrigo negro y una capucha cubría su cráneo.

-Te acompañaré pese lo que pese – oyó decir a una muchacha.

- No puedes mi amor, Cádiz es un lugar muy inhóspito para ti, nunca has podido salir de tu jaula ni tampoco has escapado de tu padre, mi vida, no te arriesgues por alguien tan singular como lo soy yo. – Especificó el que sería su amante.

La chiquilla asió las dos manos del hombre y le dijo con tono suplicante:

- Pero yo te quiero, Rafael. Quiero vivir una vida junto a la tuya, este no es mi mundo, ni el tuyo; este es un mundo creado a base de monstruos y criaturas malévolas como mi padre. No me dejes entrar en el infierno Rafael, por favor…

El que parecía llamarse Rafael lo meditó durante unos segundos y apartó una de sus manos de la de la muchacha para posteriormente colocarla en su mejilla.

- Eres todo lo que amo, sin ti mi vida sería una ruina. – Sonrió mientras una lágrima le caía sobre su rostro. - ¿Recuerdas la canción que cantaste al conocernos? Era hermosa. "I´m singing in the rain…” – comenzó a cantar.

Leonardo detectó entonces una aguda risita de la muchacha.

-Síguela – reanudó Rafael.

- ¿Aquí? – preguntó avergonzada pero con una sonrisa la mujer mientras que miraba de un lado a otro.

-Sí, aquí.

Y al comenzar la chiquilla a cantar, ese cántico florido inundó a Leonardo los oídos dejando que cerrara los ojos y…

Y se levantara.

CAPÍTULO IV


Capítulo IV - ENCUENTRO



Tomás se hallaba en otra gran cola que desembocaba a una mesita y una silla. El adolescente daba pequeños saltitos y alzaba la cabeza hacia arriba de tal manera que por poco no la separó del cuello, y todo lo hacía para poder ver a la muchacha guitarrista.
No había mucha gente pero era lo suficiente para que se captara nerviosismo en el cuerpo de Tomás.

- Venga, venga – dijo entre dientes con voz queda.

Leonardo le dio un toque en el hombro y el aludido se giró hacia él con los ojos muy abiertos.

- ¿Qué te pasa Tomás? – Leonardo miró por encima de Tomás y al ver a la persona que se sentaba en la silla que daba a la mesita y descubrir la belleza que ésta contenía, comprendió el porqué de la ropa tan elegante de Tomás, el porqué de las exigencias del susodicho para estar en ese lugar, y el porqué de esos ojos tan grandes que se le habían puesto al verla.

Y se sintió un poco absurdo por no haberse dado cuenta de aquello lo que pasaba era que no se había percatado de la belleza absoluta de la cantante ni tampoco de la mirada que minutos antes se habían echado; no hasta ese instante, que lo había descubierto.

La muchacha se había cambiado de ropa, ahora no estaba con unos trapajos de diferentes colores, sino que vestía con un vestido blanco sucio y su pelo estaba apartado de la cara gracias a dos trenzas que sostenían su flequillo.

Leonardo encontró que la oreja derecha de la muchacha estaba fulminada de aros.

- ¿Esa es Estela? – preguntó por lo bajo a Tomás, pero éste no lo escuchaba porque parecía ser absorbido por los ojos de la chiquilla.

- Por favor, los que tengan el disco que pasen por aquí y Estela se los firmará. – Avisó un hombre bastante alto y atractivo. Tomás lo fulminó con la mirada, él no tenía ningún disco de ella, antes había estado a punto de comprarlo, pero no podía puesto que su dinero era escaso y necesitaban cenar esa noche Sofía y él.

- Leo, no podemos verla. – Comentó Tomás con tristeza.

- ¿Por qué?
A Leonardo le frustró mucho esa mirada de Tomás tan seca y desamparada.

- ¿No te has enterado? Se necesita un disco para que te firmen.

- ¿Y por qué no lo compramos? – interfirió el joven parando los pies de Tomás, que ya se había dispuesto a apartarse de la cola para irse a casa dolorido.
Éste se dio media vuelta y sólo le dedicó una sonrisa forzada. Leonardo entendió que ese chiquillo había nacido con el don de los sentimientos intensos, era algo que personalmente para Leonardo, apreciaba.

- No tengo dinero, soy pobre Leo – dijo Tomás.

Pero a Leonardo se le ocurrió una grata idea gracias a la mirada que compartieron Estela y Tomás.

“Si consiguiera que se vieran otra vez… ¿Pero cómo?” Había un bullicio de personas impidiéndoles el paso.

“Pero, ¿y sí…?”

- Ven Tomás, vamos a salir de aquí. – Le cogió de la muñeca forzudamente y salieron los dos, Leonardo muy seguro de sí mismo y Tomás quejándose de las continuas presiones que la mano de su amigo daba a la muñeca de él.
Pararon tras cerrar la puerta del habitáculo donde se encontraba Estela.

- ¿Qué pasa? – espetó furioso Tomás – por poco me dejas sin mano con la de gente que impedía el paso.
Leonardo le sonrió y habló:

- ¿Quieres ver a la cantante? – Tomás asintió. – ¿Te da igual de qué manera?

- Me da igual.

- Pues cuando yo te diga, abrimos la puerta y corremos hacia Estela.

-¡¿Estás loco?!– gritó Tomás.

- No, no estoy loco. Lo hago para que seas feliz. Sé que no has sido muy agraciado en tu vida, y quiero cambiarte esa suerte. Voy a por Sofía, a lo mejor nos podrá ayudar. – Se encaminó hacia una pequeña sala conteniente de un parque para niños y que estaba custodiado por dos muchachas.

- Pero, Leo, ¿y si nos pillan? No quiero tener que pagar una multa…

- No nos pillarán, y si pasa algo, yo asumo todas las responsabilidades, no tendré dinero, pero con tal de ayudar a un amigo, lo que sea.

- Gracias.

Y Leonardo fue en busca de su pequeña amiga mientras Tomás se quedaba pensando en esa mirada que hacía que el mundo en el que hasta ese día había vivido se convirtiera en un lugar hermoso y lleno de miradas hermosas y penetrantes.


Estela estaba situada en una gran habitación alargada y estrecha, como una pasarela. Se sentaba en un incómodo asiento de madera y el vestido que la habían obligado a llevar era también bastante indigno para ella. Antes de que otra persona pasase para que ésta firmase, contempló las paredes de color rosa pastel y el decorado no óptimo para un polideportivo.

- ¿Dónde firmo? – preguntó Estela con el bolígrafo dorado en la mano.

- Aquí, en medio de la mariposa.

- Vale. – Estela contempló la portada de su primer disco. Era simple, un fondo blanco y una mariposa de colores volando. Su disco se llamaba “El despertar dorado”. Firmó debajo de la mariposa y se lo entregó a la mujer que se lo había pedido. Al depositarlo en sus manos, le dedicó una sonrisa. – Gracias.

- De nada. – Y la mujer se marchó contenta de tener un disco firmado.

- Siguiente – gritó sin expresión Esteban.

- Es, ¿te importaría ponerle un poquito más de empeño a la situación, por favor? – sugirió ésta la mar de tranquila.

- ¡SIGUIENTE! – chilló con un poquito de más encanto pero con poca ilusión y le guiñó un ojo. – Lo que tú quieras cariño.

- Así está mejor. – Y otra sonrisa cruzó por sus labios.

Pero un estrépito llegó a sus oídos y al volverse para ver qué pasaba, se encontró a todas las personas echándose a los lados haciendo pasar a dos hombres bastante altos y con máscaras de carnaval que estaban andando hacia…ella.
Rápidamente, se percató de lo que pasaba. No creía que serían dos aficionados a su música puesto que ella era nueva…y tampoco la irían a matar como a John Lennon.

- ¡¿QUÉ ES ESTO?! – gritó.

Pero los hombres no la escuchaban y se acercaron más a ella. Los mayores y sus niños se apartaban bruscamente de los dos que estaban invadiendo la sala, pero antes de que Estela se pudiera defender, Esteban fue hacia ellos.

Entendió que no tenían ni disco ni nada, y parecían bastante peligrosos.

- ¿QUÉ ESTAIS HACIENDO? – chilló. -¡SABEIS QUE ESTO ES VIOLAR UN DERECHO PÚBLICO! – clamó Esteban.

Estela, aunque no pudiese ver a los dos hombres, distinguió que la sala estaba hundida de pánico.

- Sí, esto es un acto malo y desagradable. – Espetó el más alto con una voz varonil y seductora. – Pero el favor que le tengo que hacer a mi amigo me resulta más…mmm… ¿cómo lo diría? Ah, ya sé…Me resulta un honor. Y por favor, si nadie quiere ser herido, dejadnos robar unos minutitos a la encantadora Estela. – Alzó su mano en dirección de la chica, que se encontraba detrás del fornido cuerpo de Esteban.

- Jamás – susurró iracundo el novio de Estela y le arremetió un puñetazo al más bajo de los dos. Éste profirió un aullido y el que antes había hablado le asestó una bofetada a Esteban.

- No toques a mi amigo. – Vociferó.

Esteban, que posó una mano en sus labios, se encontró que estaban llenos de sangre producida por sus encías.

Mas, cuando Esteban se apartó un poco, Estela divisó que esos mismos ojos que la miraban cuando menos se lo esperaban, esos ojos verdosos que no la dejaron descansar en ningún momento, esos ojos verduscos con los que se extraviaba en sus canciones, la observaban. Eran del más bajo, que había sufrido un duro golpe, pero la miraban. Entontes Estela distinguió en vez de curiosidad, dolor. Dolor por algo, ¿por qué?

- Es… - comenzó a decir la chiquilla.

Pero Esteban la apartó de un empujón y la dulce cantante quedó atrapada en un sueño profundo.



“¿Dónde estoy?” se preguntó Estela al abrir los ojos y hallar que estaba en una habitación oscura con estampados de colores y grietas incrustadas.

Decidió incorporarse y así lo hizo. Se tocó la cabeza dolida y con el tacto encontró que una venda cubría su cabello enredado.

- Te diste un fuerte golpe en la cabeza. Ahora estás en mi casa. – Interrumpió el silencio la misma voz que hacía mucho tiempo parecía haber escuchado Estela.

La guitarrista se encontró con un joven muy alto y más o menos de su edad. Unos cabellos rubios le caían por el rostro y una sonrisa que marcaba su boca dejaba entrever unos dientes luminosos. Sus ojos se posaron en los de ella y al cruzarse sus miradas, Estela notó compasión en él.

- ¿Quién eres? – dijo susurrando a la vez que se levantaba de un sofá bastante rígido y duro.

- Pues a ver… ¿Por dónde empiezo? A sí, soy el amigo de tu enamorado. Me llamo Leonardo, encantado. – Dijo Leonardo mientras le servía a la cantante una taza de té en la mesita que estaba situada a su lado. – Supongo que te sentará bien el té.

Estela asintió, pero todavía se sentía aturdida.

- ¿Por qué me habéis secuestrado? – interrogó Estela pero más que asustada parecía tranquila; como si los dos hombres que la habían llevado a su “guarida” fueran amigos íntimos. E incluso se lo tomaba con un poco de humor.

- Esa es una pregunta la cual no estoy autorizado para hablar. Es algo sobre tú y el chaval.

- ¿Qué chaval? – se frustró por no saber nada.

- Un admirador tuyo. Sólo te diré sus últimas palabras referidas a ti – se aclaró la voz y prosiguió. – “Sus ojos hicieron que el mar de sentimientos que contenía en mi cabeza se convirtieran sólo en uno: el amor”.

Estela se quedó estupefacta al escuchar aquellas hermosas palabras salidas de los labios de

Leonardo.

- Repite – exigió.

- No, lo escucharás de la boca de Tomás. – Y se sentó junto a ella en el sofá.

-¿Tomás? ¿Es ese quién ha hecho esto? – susurró para sí, aunque Leonardo creía que la pregunta estaba dirigida hacia él.

- Digamos que ha sido la inspiración de mi obra maestra. – La miró y ésta contuvo una sonrisa. - ¿Qué?

- Nada, sólo que para haberme tenido presa dos horas eres muy gracioso.

- Pues, teóricamente sí. Pero si quieres puedes irte, ahí está la puerta. – Señaló con la cabeza la puerta y sonrió. – Pero son las doce de la noche, no creo que quieras estar sola por ahí.

De pronto, una oleada de angustia invadió el corazoncito de Estela.

- No…quiero irme… - logró decir.

- ¿Por qué? Nunca hemos hablado y supuestamente, tendrías que estar dando patadas en la puerta y gritando para que te dejara salir. – Dijo Leonardo sonriendo.
Estela vaciló, pero al pasar unos segundos de meditación, decidió contarle a ese desconocido lo que le pasaba.

- No me gusta ser yo misma… Viví de la música callejera pero Esteban me rescató de la mala fama y quiso ayudarme, yo tenía dieciséis y era tonta, me enamoré y ahora, estamos prometidos…ojalá pudiera borrar todo lo que me ha sucedido, volver a ser la huérfana que vivía de su guitarra extraviada y de los pocos euros que le dejaban en la gorra. Prefiero ser así antes que hacer cosas en contra de mis actos. – Suspiró.

A Leonardo se le cambió la cara al verla de esa manera. Sus capacidades interpretativas para mostrar alguien que no era, como un gran graciosillo, le fallaron en ese momento; colocó su mano en el hombro de la mujer y la intentó consolar.

- Lo siento Estela, no debí de hacerte esa pregunta, ¿pero, qué dirá tu prometido al no encontrarte? Yo sólo quería que Tomás y tú os conocierais y así poder hacerlo feliz. Pero es mejor que te marches ya, no sabía que estabas prometida ni nada de eso. Perdón.

- ¿Qué? ¡No! Yo quiero ver a Tomás. – Zanjó Estela.

- Pero…

Estela se levantó y fue hacia el mirador. Sin duda alguna esa era una vista bellísima, algo que no todos los días podía apreciar.

- Leonardo, la sutileza es algo que carezco, soy una pequeña persona capaz de hacer reír o llorar junto a mis canciones, pero ya está. Nunca he experimentado el amor, sólo el capricho… Y al escuchar esas melodiosas palabras evocadas de una persona y dirigidas hacia mí, cosa que ni el mismo Esteban ha hecho, han provocado que lo que llaman corazón palpite en mi interior. Por eso quiero descubrir de entre ese baile de máscaras, a ese misterioso muchacho.

A Leonardo le emocionaron las palabras. La muchacha a pesar de haber vivido en la calle, se expresaba muy sabiamente, era una mujer extraña pero a la vez extraordinaria.
Estela anduvo por la habitación hasta que algo le llamó la atención.

- ¿Dibujas? – preguntó mientras que miraba un cuaderno que sobresalía de algunas revistas viejas.

- Ilustro.

-Ah…Haber… - prendió la libreta y la abrió mientras se dirigía de nuevo al sofá. Después de unos minutos contemplando los dibujos habló. – Son…increíbles. Retratas lo real dentro de lo irreal…Asombroso.

- Gracias – dijo el aludido.

No obstante, la puerta de entrada se abrió dejando entrar a Tomás acompañado de su hermana.

Y otra vez esos ojos le recordaron a Estela el sentimiento más preciado del mundo. Esa mirada la atraía con absoluta nitidez.


Tomás abrió la puerta con la mano derecha ya que con la izquierda agarraba la de Sofía.

No le costó mucho encontrar la habitación de Leonardo, una mujer le especificó dónde era y al ser un pequeño motel, pronto supo dónde estaba la habitación de su amigo.

Al entrar en ese habitáculo con las llaves, avistó que Leonardo estaba sentado en el sofá con…ella.

Sus ojos se encontraron y otra vez se vio envuelto en una debilidad suprema.

Cerró la puerta y Sofía fue corriendo hacia Leonardo.

- ¡¡Leo!! – chilló entusiasmada la pequeña.

Éste se levantó y la acogió tiernamente.

- Hola Sofía. ¿Qué has hecho con tu hermano? - Preguntó.

- Pues fuimos a casa de papá y Tomás me dijo que me fuera al cuarto y cogiera el pijama porque hoy íbamos a dormir en una cama, ¡LEO, UNA CAMA! – La niña dirigió su juvenil rostro hacia su hermano. - ¿A que sí Tomás? – pero Tomás no la miraba a ella. – ¡Tomás! – el mecánico hacia caso omiso. – ¡TOMÁS!

La pequeña, harta de ver que su hermano no la escuchaba, encontró a quien Tomás estaba prestando atención.

Era la cantante.

Sofía creyó oportuno no interferir entre los dos.

- Leo, ¿dónde puedo dormir? – preguntó en voz queda.

Pero Leonardo hizo un gesto para que callara.

Parecía que Tomás estaba absorto en la hermosura de la muchacha. No escuchaba ni a nada ni a nadie. Era todo tan perfecto. Su oscuro cabello recogido en dos trenzas, sus finos labios color carmesí, el vestido largo que antes llevaba,... Todo cuan él había esperado del amor estaba allí, delante de él. Pero era algo mucho más intenso que el amor, ¿la pasión? ¿La dulzura? No, era algo mucho más fuerte.

- ¿Eres tú quién…? – empezó la muchacha, pero Tomás la continuó.

- Soy la persona más feliz del mundo, Estela. – Susurró Tomás.

Estela y Tomás se acercaron mutuamente; era algo extraño para los dos. Se necesitaban aunque no supieran nada, una fuerza magnética los atraía incesablemente, algo extraño y anormal hizo que los ojos de Estela produjeran lágrimas y los pies de ambos se movían al unísono. Se seguían mirando y las palmas de la mano derecha de Tomás y de la izquierda de Estela se consiguieron tocar. Era algo tierno, pero ¿qué había ocurrido para que eso sucediese? ¿Cómo podían a ver conectado de esa manera? Se decía Leonardo mientras lo contemplaba.

Y a Sofía un recuerdo le vino a la mente.