sábado, 5 de junio de 2010

Capítulo IX


Diez días más tarde….
Quince días más tarde…
…Veinte días más tarde.
Estela se encontraba en el hospital junto a Esteban. Los dos aguardaban en el pasillo esperando respuesta del doctor Milán.
- Tiene que salir de ésta – susurraba entre dientes Esteban, mirando al techo y con aire soñador.
Estela posó su mano en el hombro de él y mientras lo veía con esa esperanza sonreía para sí misma.
“Eso es lo que me gusta de ti, Esteban, tu esperanza.”
Dos horas más tarde el doctor Milán apareció tras abrir la puerta que daba a la sala de espera.
Era un hombre alto y calvo, sus ropas de la calle las cubría una bata blanca y sostenía una libreta que impedía verle la cara, cosa que molestaba a Estela ya que así no podía saber el futuro que le esperaba al padre de Esteban.
- ¿El Señor Esteban Blanco? – preguntó destapándose el rostro y mirando de un lado para otro.
Esteban, que tenía la cabeza sostenida por sus manos y éstas a la vez apoyadas en las rodillas se incorporó rápidamente y fue a estrecharle la mano al Doctor.
- Sí, soy yo.
Estela se incorporó también, vestía con una falda blanca ceñida a sus piernas y una camisa negra. Se notaba cuando ésta andaba ya que llevaba puestos unos tacones de alfiler, no podía vestirse como ella acostumbraba en un sitio como aquél.
- Su padre es Daniel Blanco, ¿no es así? – asintieron tanto Estela como Esteban. – Bueno, pues... lo siento de veras, pero su padre ha fallecido. Os doy mi pésame.
Y los brillos en los ojos de Esteban cayeron como estrellas fugaces. Creía que habría alguna esperanza, pero nada. Su padre, su progenitor, su amigo había fallecido.
Sin ese hombre, se decía Estela, Esteban no era nada. Él le había enseñado a ser lo que era ahora mismo, un hombre; y ahora había muerto, su corazón había dejado de latir y todo por una estúpida enfermedad…
Dos lágrimas cayeron en el rostro de Esteban. Sus cabellos impedían que Estela le viera la cara. Esteban asintió y luego se echó a la silla donde antes estaba esperando.
Estela seguía sin verle la cara pero algo no iba bien, su novio parecía triste pero pasados diez minutos de esa manera fue levantando cada vez más su rostro dejando al destape conmoción, dolor, soledad, y sobre todo… ira, la ira brillaba en sus ojos.
Ya no sería el mismo Esteban de siempre, se dijo Estela, ya no.


Acabo de llegar al orfanato. A mi padre lo acaban de meter preso por violar a una chiquilla de mi edad.
36 años de cárcel.
Al principio me había alegrado, pero al saber la policía que tenía dos hijos, pronto hicieron una investigación y dieron con Sofía y conmigo. Tras dos semanas de juzgado y confesando lo que nos había hecho nuestro padre y tal y cual, nos han destinado a un orfanato. La policía dice que a Estela le están buscando padres adoptivos y a mí un tutor. Hasta entonces, me quedaré aquí, inmerso en esta mierda llamado instituto, donde la comida es compota de patatas pasada y las bebidas son solo zumos de zanahoria y tomate.
Esto no me da buena espina, libretita mía.
A Sofía la han destinado al colegio, ella sí que se está integrando… O bueno, eso es lo que me informan los profesores. Pero cuando la veo por el recreo, está sola… Con una muñequita que le acababan de regalar y sola.
¡Ojalá no hubiera rejas que nos separasen! Así ella podría animarme y yo animarla a ella.
¿Por qué la vida es tan cruel, libretita, por qué?
Bueno, me despido.
P.D: Sí, sé que esto es una mariconada, eso de ir con Diarios y todo eso. Pero es de la única manera que me entretengo, esto es una mierda.

Tomás cerró rápidamente el cuaderno. Solo tenía una pequeña linterna, y al alzarla hasta la puerta de su dormitorio, divisó a una figura.
- ¿Qué, escribiendo? – era la voz de Fernan, el matón del instituto.
Tomás tragó saliva. Ya había tenido un enfrentamiento con ese tipo.
Era el típico fortachón que se llevaba a todas las tías y luego trataba como la mierda a los demás que no le hacían caso. Hace poco salía de un reformatorio para luego internarse de nuevo en ese asqueroso orfanato.
- ¿Otra vez? No quiero peleas, Fernan, tío… - intentó suplicar Tomás, pero el grandullón ya lo había cogido por el cuello y lo estampaba contra la pared.
- Te dije que esta noche iba a hacerte una visita, ¿no es así? – especuló entre dientes.
Tomás no podía respirar, intentaba dar pequeñas bocanadas de aire, pero las afanosas manos de Fernan lo impedía.
Se quedó vagamente inconsciente a pesar de que al poco rato Fernan se fuera riéndose a carcajadas y llamándolo maricón.
No iba a ser un año muy bueno para Tomás.
Nada bueno.


Tacones negros, medias de rejilla negras, falda y camisa negra y un gorro negro.
El 28 de Junio llovía a pesar de ser verano.
Alguien había muerto…
…Y ese alguien era, quizás la persona más importante de la vida de muchas personas.
Ese mismo día era su entierro. Unas veinte personas asistieron a la celebración.
Estela bajó de un coche que seguía al vehículo funerario. Abrió su paraguas negro y cubrió también a Esteban, que se encontraba ya a su lado.
“Ya no tiene esperanza en su vida… Ahora solo lo consume la tristeza” Se dijo Estela mientras lo miraba fijamente a los ojos.
Sacaron el ataúd y se dispusieron a llevarlo a cuestas hasta el lugar indicado para enterrarlo.

El cura se puso delante de un atril y comenzó a dar el sermón mientras los demás se despedían por última vez de Daniel Blanco, alias el Soñador.
Después de predicar el sermón dejó que sus seres queridos citaran algunas palabras.
Primero iba Esteban. Se apartó del lado de Estela rozándole los dedos cariñosamente, andaba despacio, como si tuviera un gran peso de encima. Subió unos escalones y se aclaró la voz.
- He aquí uno de los mejores hombres de la tierra, Daniel Blanco. Como todos sabréis, era mi padre… Era un padre que siempre luchaba, a pesar de, de, de las circunstancias. Siempre acogía una idea, una idea esperanzadora. Él era… - suspiró – él era el todo. “La parte por el todo” siempre me decía cuando me pasaba algo. Recuerdo cómo me cuidaba cuando era un niño, cómo absorbía la música, el arte, la pasión… Él era, es y será un Soñador.
Al terminar sus palabras, bajó rápidamente la cabeza y se dirigió hacia su hermana, Sonia, de tan solo quince años. Estaba llorando como una magdalena, no podía ni con su propio ser…
Pero, antes de que Sonia subiera al atril y comenzara a decir sus palabras, un gran estrépito inundó el cementerio.
De pronto un chillido se alzó en el oído de Estela. Ésta algo asustada dirigió la mirada rápidamente hacia donde había provenido tal estrépito…
El cuerpo de un niño, rubio y con ropas negras, yacía muerto en medio de un camino dentro del cementerio.
La que parecía ser su madre chilló; todo el mundo se fue hacia el cuerpo inerte del niño y empezaron los llantos, los chillidos, el dolor, el sufrimiento… Estela no se lo podía creer, primero Daniel, ahora un niño pequeño, ¿y luego?
- ¡Roberto, hijo mío! ¡DESPIERTA! – le gritaba su madre entre llanto y llanto al niño, que era acunado como un bebé por ella.
Pero él no respondía, solo parecía estar dormido… Tenía rostro de ángel, de un ángel hermoso.
La madre del niño lo acunaba, aplastaba su rubia cabecita contra su pecho. Lloraba y gritaba “¿por qué a mí señor?”
Estela se acercó para poder ver mejor la situación en la que se encontraban todos. Empujaba y apartaba cuidadosamente a la gente, tenía un presagio, una premonición que le indicaría la causa de la muerte del pequeño niño rubio…
Y encontró la causa.
Se acercó más a la mujer que sostenía al niño, se agachó y señaló su cuello.
- Tiene una mordedura de algo… A lo mejor será una araña que lo habrá envenenado… - Decía con voz entrecortada y triste.
Pero la mujer seguía llorando y hacía caso omiso de la pobre Estela, no obstante un hombre se acercó para ver esa mordedura. Estela observó cómo se acercaba, tenía un andar peculiar, parecía como si estuviese andando en medio de las nubes, en paz. Vestía con un sombrero de copa negro y un gran abrigo del mismo color que impedía ver lo demás. No se le podía ver la cara desde esa perspectiva, pero al acercarse más, Estela analizó que su tez era blanca como la nieve y sus ojos eran escondidos por unas gafas negras.
Tuvo un escalofrío.
- No es de una araña, señorita. – Decía mientras se agachaba para ver la mordedura del cuerpo. – Es de otro animal. – El completo desconocido se quitó las gafas y dejó al descubierto unos ojos negros. Sonrió pícaramente. – Es de un vampiro.
Y de repente, todos los vampiros camuflados en atuendos negros salieron a la intemperie y comenzaron una gran y desgarradora carnicería.




Estela intentó apagar de un empujón al vampiro que dio la señal. Pero él no la dejaba en paz.
- Tranquila – decía sonriente – no te voy a hacer daño. Solo quiero beber un poco de tu… - dirigió la mirada a un niño que se encontraba solo, sin padres y llorando. – Ahora vuelvo, preciosa, no te muevas de aquí. – Y le plantó un beso en los labios. Un beso desagradablemente dulce.
Él la soltó y nada más dejarla sola empezó a buscar a Esteban.
No lo veía por ninguna parte. Empezó a correr apartando a la gente y evitando a los vampiros, que devoraban los cuellos de los débiles humanos.
Cruzó delante de un arbusto aturdida y algo agarró su brazo. Intentó desasirse de él, pero era muy fuerte y la arrojó dentro del arbusto.
Comenzó a gritar y a patalear, sin saber quién era el vampiro que la iba a matar. Pero le tapó la boca con la mano y le susurró al oído:
- Soy Esteban, cállate o nos descubrirán. – Sentenció éste.
De pronto la adrenalina que invadía a Estela fue bajando y pudo mantenerse en silencio a pesar de su respiración. Aguardó unos minutos y cuando pudo estar más tranquila, se echó a los brazos de Esteban, rodeándole y besándole en los labios.
- Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero… Estás a salvo, no has muerto. – Un peso se le calló de encima, estaba aliviada.
Pero Esteban no estaba concentrado en Estela, sino en el cuerpo que sostenía.
Era Sonia.
- Está mal… - susurraba mientras veía a su hermana y notaba que también ella la miraba, que estaba aguantando los chillidos y agarrando la mano de Esteban y haciéndole un poco de daño.
Esteban estaba llorando. No podía más con su alma, no podía perder a la única familia que tenía… Ahora no. Le quitó un mechón de pelo a su hermana mientras la veía tristemente; ella sufría demasiado, estaba sudando.
- No… No… ¡No puedo respirar! – susurraba gritando la chiquilla.
- Aguanta, aguanta – Estela agarró la mano de Sonia y sintió dolor. La adolescente tenía una fuerza inhumana.
Pero el ambiente no era agradable. Esteban estaba muy triste, Estela estaba sobrecogida y Sonia… Sonia o bien moría o bien…
- Está transformándose, he leído mucho sobre vampiros – espetó Esteban con ira.
Sonia seguía aguantando los chillidos y diciendo: me duele, me quemo, me muero, repetidamente. Pero después de repetirlo cinco veces se quedó en silencio.
Su mirada ahora no estaba llena de dolor, ahora miraba hacia la nada.
Había muerto.
Todo se derrumbó para Estela. Todo para ella era oscuridad, sangre, dolor. Miró a Esteban, éste escondía su rostro con sus cabellos castaños. Miraba a Sonia y lo único que hizo fue cerrarle los ojos a su hermana con sus dos dedos.
Posteriormente miró a Estela y ésta sintió miedo al mirarlo a los ojos.
Era fuego, pura ira. Rencor, odio, desesperación, dolor y desamparo se encontraban en esos ojos verdes.
- Veinticinco años de trabajo. Siempre teniendo sudor en la frente y buscando mi felicidad y la de los míos. – Sus lágrimas parecían sangre en vez de agua salada y añadió– y ahora, después de conseguir mi propósito, prometerme con la mujer que amo y ver a mi hermana y a mi padre felices porque tenían una vida estable… Todo se derrumba. Mis seres queridos han muerto y ahora todo ha muerto. Yo he muerto junto a ellos… - sentenció con rencor. – Juro por todo lo más valioso que tengo ahora en este mundo, que todo responsable de la muerte de mi hermana lo pagará. Lo pagará caro. Mataré a cada uno de todos los vampiros que haya en este mundo. Lo juro.
Estela en ese momento sintió miedo.
Mucho miedo.

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