viernes, 25 de junio de 2010

Capítulo X

Pasaron dos meses desde que Leonardo llegó a Sevilla.
Conoció a Gala, una muchacha que al principio le pareció encantadora pero al cabo de unas semanas empezaron a tener muchas discusiones, aunque a él le daba igual. Ella le había salvado la vida una vez y siempre le estaría muy agradecido.
Era ya Agosto, el calor impedía que Leonardo se concentrara en pensar. Mas lo único que había meditado había sido en Nime.
¡Oh Nime!, ahora ya no estaría en la Tierra. Había vuelto a su mundo, un mundo en el que le cortarán las alas como a un simple pajarillo al que van a comer.
Leonardo se encontraba apoyado en un pilar, mirando a través de la gran ventana.
El paisaje era hermoso; se veían los edificios, los apreciados monumentos que hacían que Leonardo indagara por su imaginación e inventara leyendas para cada uno de ellos, personas errando a través de las callejuelas,…
Sonreía para sí mismo.
“Si Nime lo viera…”
Decidió no pensar en el ángel más. Desde hacía un mes lo visitaba siempre en sus sueños, acompañada de la muchacha dorada…
En ese momento se acordó que hacía dos meses que la policía había venido, había encerrado en la cárcel al vecino de Gala y había ingresado en el hospital a su esposa. Ese día Gala le confesó a Leonardo que su madre se llamaba Rosalinda. Leonardo tenía la corazonada de estar con la hija de su amada muchacha dorada pero no se atrevía a certificar a Gala que tenía pistas para encontrar a su madre y que sabía la leyenda de ésta.
Se dirigió a la cocina y preparó el café. Pronto vendría Gala del trabajo y siempre le ayudaba con la casa. Mientras se preparaba el café recogió el salón; había trozos de pizza por todos lados, sin duda, el día anterior por la tarde tuvieron una guerra de comida.
Recogió las botellas de alcohol baratas y las colocó en un estante donde se encontraba. Era curioso pero el único que bebía era él, Gala se limitaba a tomar zumo de naranja y piña.
Hizo las camas, llevó la ropa sucia para la lavandería y una vez terminada las tareas de casa, cogió su taza de café y se echó al sofá.
Cinco minutos estuvo en el sofá saboreando el café hasta que escuchó gritos a las afueras del edificio.
Pronto se levantó y dejó la taza en la mesita de noche, se dirigió rápidamente a la ventana, pero lo único que su vista encontraba eran grandes agujeros en la carretera y en las paredes.
Agudizó el oído y escuchó ruidos y zancadas estrepitosas dentro del edificio.
El terror se agazapó de él y rápidamente se escondió debajo de la mesa, en una esquina.
Los ruidos se acercaban más hacia él hasta que un estallido hizo que cerrara los ojos.
Lo siguiente que vio fue una gran masa de pelo cobrizo y gris peleando contra algo muy parecido a una persona; solo que muy alta, con un gran cabello plateado y con tatuajes rojos por todo el cuerpo. Vestía de negro.
La masa de pelo se sostenía en dos patas, era un animal. Leonardo se dio cuenta de que era una especie de lobo, pero con rasgos de hombre.
Un licántropo.
Se movía ágilmente, como una mujer. Hizo un amago de morder al hombre, sin embargo éste se agachó, dio una vuelta sobre sí mismo y le asestó una patada en las patas del licántropo.
El licántropo chilló en forma de aullido y el hombre sonrió, pero la bestia no se daba por vencida, salió al ataque del hombre, iba hacia los pies del tatuado, pero cuando el hombre hizo un ademán de saltar hacia arriba, el lobo se incorporó dejando que él, que ya se había impulsado, chocara contra el licántropo dejando que se callera al suelo.
Ese impacto provocó un daño permanente en el oído de Leonardo, pero el chaval no podía dejar de observar la situación en la que se encontraban las dos criaturas.
El cuerpo del hombre estaba tendido cuan largo era en el suelo, y la criatura se abalanzó hacia él y mordió desagradablemente su cuello, dejando que se vertiera la sangre por todo el habitáculo y comiéndoselo trocito a trocito.
Mientras el lobo se lo comía iba empequeñeciéndose, se estaba convirtiendo en humano.
Las garras se convirtieron en cuestión de segundos en unas manos largas y delgadas, las patas traseras en unas piernas de mujer, y el torso en el cuerpo desnudo y menudo de una muchacha.
La muchacha seguía comiendo, desnuda y aterradora. Parecía no darse cuenta de la presencia de Leonardo hasta que dirigió la vista para inspeccionar la habitación, hasta encontrarse en la mirada de Leonardo.
Esos ojos marrones…
No, no se lo podía creer, ella no podía ser un monstruo, ella haría todo menos matar a una persona y luego comérsela, ella no podía ser un hombre lobo…
Ella se asustó, puso los ojos como platos y comenzó a respirar muy fuertemente como si fuera a cambiar de estado otra vez. Pero lo único que hizo fue desmayarse, con su rostro completamente manchado de sangre azul y desnuda ante los ojos de Leonardo.
Y el pobre chico lo único que hizo fue quedarse ahí, asustado e inmovilizado por lo que acababa de ocurrir…
Gala era un licántropo.

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